La protesta de los príncipes
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quitarle la vida. Así que le vió en salvo, en la ribera opuesta, exclamó:
‘Ya está fuera del alcance de las garras de los que tienen sed de sangre
inocente.’ De regreso en su casa, se le dijo a Melanchton que unos
emisarios habían estado buscando a Gryneo y registrándolo todo de
arriba abajo.’—
Ibid
.
La Reforma debía alcanzar mayor preeminencia ante los podero-
sos de la tierra. El rey Fernando se había negado a oír a los príncipes
evangélicos, pero iban a tener éstos la oportunidad de presentar su
causa ante el emperador y ante la asamblea de los dignatarios del
estado y de la iglesia. Para calmar las disensiones que perturbaban al
imperio, Carlos V, un año después de la protesta de Spira, convocó
una dieta en Augsburgo, manifestando que él mismo la presidiría en
persona. Y a ella fueron convocados los jefes de la causa protestante.
Grandes peligros amenazaban a la Reforma; pero sus defensores
confiaron su causa a Dios, y se comprometieron a permanecer firmes
y fieles al Evangelio. Los consejeros del elector de Sajonia le instaron
a que no compareciera ante la dieta. Decían ellos que el emperador
pedía la presencia de los príncipes para atraerlos a una trampa.
“¿No era arriesgarlo todo, eso de encerrarse dentro de los muros de
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una ciudad, a merced de un poderoso enemigo?” Otros en cambio
decían: “Si los príncipes se portan con valor, la causa de Dios está
salvada.” “Fiel es Dios y nunca nos abandonará,” decía Lutero. (
Id.,
lib. 14, cap. 2.) El elector y su comitiva se encaminaron a Augsburgo.
Todos conocían el peligro que les amenazaba, y muchos seguían
adelante con triste semblante y corazón turbado. Pero Lutero, que
los acompañara hasta Coburgo, reanimó su débil fe cantando el
himno escrito en el curso de aquel viaje: “Castillo fuerte es nuestro
Dios.” Muchos lúgubres presentimientos se desvanecieron y muchos
corazones apesadumbrados sintieron alivio, al oír las inspiradas
estrofas.
Los príncipes reformados habían resuelto redactar una exposi-
ción sistemática de sus opiniones, con pruebas de las Santas Escritu-
ras, y presentarla a la dieta; y la preparación de ella fué encomendada
a Lutero, Melanchton y sus compañeros. Esta confesión fué aceptada
por los protestantes como expresión genuina de su fe, y se reunieron
para firmar tan importante documento. Fué ésta una ocasión solemne
y decisiva. Estaban muy deseosos los reformadores de que su causa
no se confundiera con los asuntos políticos, y creían que la Reforma