Capítulo 1—El destino del mundo predicho
“¡Oh si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que
toca a tu paz! mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán
días sobre ti, que tus enemigos te cercarán con baluarte, y te pondrán
cerco, y de todas partes te pondrán en estrecho, y te derribarán a
tierra, y a tus hijos dentro de ti; y no dejarán sobre ti piedra sobre
piedra; por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.”
Lucas
19:42-44
.
Desde lo alto del monte de los Olivos miraba Jesús a Jerusalén,
que ofrecía a sus ojos un cuadro de hermosura y de paz. Era tiempo
de Pascua, y de todas las regiones del orbe los hijos de Jacob se
habían reunido para celebrar la gran fiesta nacional. De entre vi-
ñedos y jardines como de entre las verdes laderas donde se veían
esparcidas las tiendas de los peregrinos, elevábanse las colinas con
sus terrazas, los airosos palacios y los soberbios baluartes de la ca-
pital israelita. La hija de Sión parecía decir en su orgullo: “¡Estoy
sentada reina, y ... nunca veré el duelo!” porque siendo amada, co-
mo lo era, creía estar segura de merecer aún los favores del cielo
como en los tiempos antiguos cuando el poeta rey cantaba: “Her-
mosa provincia, el gozo de toda la tierra es el monte de Sión, ... la
ciudad del gran Rey.”
Salmos 48:2
. Resaltaban a la vista las cons-
trucciones espléndidas del templo, cuyos muros de mármol blanco
como la nieve estaban entonces iluminados por los últimos rayos
del sol poniente que al hundirse en el ocaso hacía resplandecer el
oro de puertas, torres y pináculos. Y así destacábase la gran ciudad,
“perfección de hermosura,” orgullo de la nación judaica. ¡Qué hijo
de Israel podía permanecer ante semejante espectáculo sin sentirse
conmovido de gozo y admiración! Pero eran muy ajenos a todo esto
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los pensamientos que embargaban la mente de Jesús. “Como llegó
cerca, viendo la ciudad, lloró sobre ella.”
Lucas 19:41
. En medio del
regocijo que provocara su entrada triunfal, mientras el gentío agitaba
palmas, y alegres hosannas repercutían en los montes, y mil voces
le proclamaban Rey, el Redentor del mundo se sintió abrumado por
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