Página 256 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
do como fiel soldado del Señor hasta que Escocia quedó libre del
papado.
En Inglaterra el establecimiento del protestantismo como reli-
gión nacional, hizo menguar la persecución, pero no la hizo cesar por
completo. Aunque muchas de las doctrinas de Roma fueron suprimi-
das, se conservaron muchas de sus formas de culto. La supremacía
del papa fué rechazada, pero en su lugar se puso al monarca como
cabeza de la iglesia. Mucho distaban aún los servicios de la igle-
sia de la pureza y sencillez del Evangelio. El gran principio de la
libertad religiosa no era aún entendido. Si bien es verdad que pocas
veces apelaron los gobernantes protestantes a las horribles cruel-
dades de que se valía Roma contra los herejes, no se reconocía el
derecho que tiene todo hombre de adorar a Dios según los dictados
de su conciencia. Se exigía de todos que aceptaran las doctrinas y
observaran las formas de culto prescritas por la iglesia establecida.
Aún se siguió persiguiendo a los disidentes por centenares de años
con mayor o menor encarnizamiento.
En el siglo XVII millares de pastores fueron depuestos de sus
cargos. Se le prohibió al pueblo so pena de fuertes multas, prisión y
destierro, que asistiera a cualesquiera reuniones religiosas que no
fueran las sancionadas por la iglesia. Los que no pudieron dejar
de reunirse para adorar a Dios, tuvieron que hacerlo en callejones
obscuros, en sombrías buhardillas y, en estaciones propicias, en los
bosques a medianoche. En la protectora espesura de la floresta, como
en templo hecho por Dios mismo, aquellos esparcidos y perseguidos
hijos del Señor, se reunían para derramar sus almas en plegarias y
alabanzas. Pero a despecho de todas estas precauciones muchos su-
frieron por su fe. Las cárceles rebosaban. Las familias eran divididas.
Muchos fueron desterrados a tierras extrañas. Sin embargo, Dios
estaba con su pueblo y la persecución no podía acallar su testimonio.
Muchos cruzaron el océano y se establecieron en Norteamérica, don-
de echaron los cimientos de la libertad civil y religiosa que fueron
baluarte y gloria de los Estados Unidos.
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Otra vez, como en los tiempos apostólicos, la persecución contri-
buyó al progreso del Evangelio. En una asquerosa mazmorra atestada
de reos y libertinos, Juan Bunyan respiró el verdadero ambiente del
cielo y escribió su maravillosa alegoría del viaje del peregrino de
la ciudad de destrucción a la ciudad celestial. Por más de doscien-