Página 259 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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La verdad progresa en Inglaterra
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“Ya mucho antes—dice él,—había notado yo el carácter serio de
aquella gente. De su humildad habían dado pruebas manifiestas, al
prestarse a desempeñar en favor de los otros pasajeros las tareas ser-
viles que ninguno de los ingleses quería hacer, y al no querer recibir
paga por estos servicios, declarando que era un beneficio para sus al-
tivos corazones y que su amante Salvador había hecho más por ellos.
Y día tras día manifestaban una mansedumbre que ninguna injuria
podía alterar. Si eran empujados, golpeados o derribados, se ponían
en pie y se marchaban a otro lugar; pero sin quejarse. Ahora se
presentaba la oportunidad de probar si habían quedado tan libres del
espíritu de temor como del de orgullo, ira y venganza. Cuando iban
a la mitad del salmo que estaban entonando al comenzar su culto, el
mar embravecido desgarró la vela mayor, anegó la embarcación, y
penetró de tal modo por la cubierta que parecía que las tremendas
profundidades nos habían tragado ya. Los ingleses se pusieron a
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gritar desaforadamente. Los alemanes siguieron cantando con sere-
nidad. Más tarde, pregunté a uno de ellos: ‘¿No tuvisteis miedo?’ Y
me dijo: ‘No; gracias a Dios.’ Volví a preguntarle: ‘¿No tenían temor
las mujeres y los niños?’ Y me contestó con calma: ‘No; nuestras
mujeres y nuestros niños no tienen miedo de morir.’”—Whitehead,
op. cit.,
pág. 10.
Al arribar a Savannah vivió Wesley algún tiempo con los mo-
ravos y quedó muy impresionado por su comportamiento cristiano.
Refiriéndose a uno de sus servicios religiosos que contrastaba no-
tablemente con el formalismo sin vida de la iglesia anglicana, dijo:
“La gran sencillez y solemnidad del acto entero casi me hicieron
olvidar los diecisiete siglos transcurridos, y me parecía estar en una
de las asambleas donde no había fórmulas ni jerarquía, sino donde
presidía Pablo, el tejedor de tiendas, o Pedro, el pescador, y donde
se manifestaba el poder del Espíritu.”—
Id.,
págs. 11, 12.
Al regresar a Inglaterra, Wesley, bajo la dirección de un predi-
cador moravo llegó a una inteligencia más clara de la fe bíblica.
Llegó al convencimiento de que debía renunciar por completo a de-
pender de sus propias obras para la salvación, y confiar plenamente
en el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” En una
reunión de la sociedad morava, en Londres, se leyó una declaración
de Lutero que describía el cambio que obra el Espíritu de Dios en el
corazón del creyente. Al escucharlo Wesley, se encendió la fe en su