Página 262 - El Conflicto de los Siglos (1954)

Basic HTML Version

258
El Conflicto de los Siglos
Hablando él de cómo se salvó de uno de estos lances dijo: “Mu-
chos trataron de derribarme mientras descendíamos de una montaña
por una senda resbalosa que conducía a la ciudad, porque suponían,
y con razón, que una vez caído allí me hubiera sido muy difícil
levantarme. Pero no tropecé ni una vez, ni resbalé en la pendiente,
hasta lograr ponerme fuera de sus manos... Muchos quisieron su-
jetarme por el cuello o tirarme de los faldones para hacerme caer,
pero no lo pudieron, si bien hubo uno que alcanzó a asirse de uno de
los faldones de mi chaleco, el cual se le quedó en la mano, mientras
que el otro faldón, en cuyo bolsillo guardaba yo un billete de banco,
no fué desgarrado más que a medias... Un sujeto fornido que venía
detrás de mí me dirigió repetidos golpes con un garrote de encina. Si
hubiera logrado pegarme una sola vez en la nuca, se habría ahorrado
otros esfuerzos. Pero siempre se le desviaba el golpe, y no puedo
explicar el porqué, pues me era imposible moverme hacia la derecha
ni hacia la izquierda... Otro vino corriendo entre el tumulto y levantó
el brazo para descargar un golpe sobre mí, se detuvo de pronto y
sólo me acarició la cabeza, diciendo: ‘¡Qué cabello tan suave tiene!’
... Los primeros que se convirtieron fueron los héroes del pueblo, los
que en todas las ocasiones capitanean a la canalla, uno de los cuales
había ganado un premio peleando en el patio de los osos...
“¡Cuán suave y gradualmente nos prepara Dios para hacer su
voluntad! Dos años ha, pasó rozándome el hombre un pedazo de
ladrillo. Un año después recibí una pedrada en la frente. Hace un
mes que me asestaron un golpe y hoy por la tarde, dos; uno antes de
que entrara en el pueblo y otro después de haber salido de él; pero
fué como si no me hubieran tocado; pues si bien un desconocido me
dió un golpe en el pecho con todas sus fuerzas y el otro en la boca
con tanta furia que la sangre brotó inmediatamente, no sentí más
[302]
dolor que si me hubieran dado con una paja.”—Juan Wesley,
Works,
tomo 3, págs. 297, 298.
Los metodistas de aquellos días—tanto el pueblo como los
predicadores—eran blanco de escarnios y persecuciones, tanto por
parte de los miembros de la iglesia establecida como de gente irre-
ligiosa excitada por las calumnias inventadas por esos miembros.
Se les arrastraba ante los tribunales de justicia, que lo eran sólo de
nombre, pues la justicia en aquellos días era rara en las cortes. Con
frecuencia eran atacados por sus perseguidores. La turba iba de casa