Página 264 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
general es: ‘¡Qué faltos de caridad son estos hombres! ¿Que no
tienen caridad? ¿En qué respecto? ¿No dan de comer al hambriento
y no visten al desnudo? ‘No; no es éste el asunto, que en esto no
faltan; donde les falta caridad es en su modo de juzgar, pues creen
que ninguno puede ser salvo a no ser que siga el camino de ellos.’”—
Id.,
tomo 3, págs. 152, 153.
El decaimiento espiritual que se había dejado sentir en Inglaterra
poco antes del tiempo de Wesley, era debido en gran parte a las
enseñanzas contrarias a la ley de Dios, o antinomianismo. Muchos
afirmaban que Cristo había abolido la ley moral y que los cristia-
nos no tenían obligación de observarla; que el creyente está libre
de la “esclavitud de las buenas obras.” Otros, si bien admitían la
perpetuidad de la ley, declaraban que no había necesidad de que
los ministros exhortaran al pueblo a que obedeciera los preceptos
de ella, puesto que los que habían sido elegidos por Dios para ser
salvos eran “llevados por el impulso irresistible de la gracia divina,
a practicar la piedad y la virtud,” mientras los sentenciados a eterna
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perdición, “no tenían poder para obedecer a la ley divina.”
Otros, que también sostenían que “los elegidos no pueden ser
destituídos de la gracia ni perder el favor divino” llegaban a la con-
clusión aun más horrenda de que “sus malas acciones no son en
realidad pecaminosas ni pueden ser consideradas como casos de
violación de la ley divina, y que en consecuencia los tales no tienen
por qué confesar sus pecados ni romper con ellos por medio del
arrepentimiento.”—McClintock and Strong,
Cyclopedia,
art. Anti-
nomians. Por lo tanto, declaraban que aun uno de los pecados más
viles “considerado universalmente como enorme violación de la ley
divina, no es pecado a los ojos de Dios,” siempre que lo hubiera
cometido uno de los elegidos, “porque es característica esencial y
distintiva de éstos que no pueden hacer nada que desagrade a Dios
ni que sea contrario a la ley.”
Estas monstruosas doctrinas son esencialmente lo mismo que la
enseñanza posterior de los educadores y teólogos populares, quienes
dicen que no existe ley divina como norma inmutable de lo que
es recto, y que más bien la norma de la moralidad es indicada por
la sociedad y que ha estado siempre sujeta a cambios. Todas estas
ideas son inspiradas por el mismo espíritu maestro: por aquel que,