Página 278 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
de las llamas, quemados en parte; entre otros, breviarios, misales, y
el Antiguo y Nuevo Testamentos que “expiaron en un gran fuego—
dijo el presidente—todas las locuras en que por causa de ellos había
incurrido la raza humana.”—Journal de Paris, 14 de nov. de 1793
(No. 318, pág, 1279).
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El romanismo había principiado la obra que el ateísmo se en-
cargaba de concluir. A la política de Roma se debía la condición
social, política y religiosa que empujaba a Francia hacia la ruina. No
faltan los autores que, refiriéndose a los horrores de la Revolución,
admiten que de esos excesos debe hacerse responsables al trono y a
la iglesia.
(Véase el Apéndice.)
En estricta justicia debieran atribuir-
se a la iglesia sola. El romanismo había enconado el ánimo de los
monarcas contra la Reforma, haciéndola aparecer como enemiga de
la corona, como elemento de discordia que podía ser fatal a la paz
y a la buena marcha de la nación. Fué el genio de Roma el que por
este medio inspiró las espantosas crueldades y la acérrima opresión
que procedían del trono.
El espíritu de libertad acompañaba a la Biblia. Doquiera se le
recibiese, el Evangelio despertaba la inteligencia de los hombres.
Estos empezaban por arrojar las cadenas que por tanto tiempo los
habían tenido sujetos a la ignorancia, al vicio y a la superstición. Em-
pezaban a pensar y a obrar como hombres. Al ver esto los monarcas
temieron por la suerte de su despotismo.
Roma no fué tardía para inflamar los temores y los celos de los
reyes. Decía el papa al regente de Francia en 1525: “Esta manía
[el protestantismo] no sólo confundirá y acabará con la religión,
sino hasta con los principados, con la nobleza, con las leyes, con el
orden y con las jerarquías.”—G. de Felice,
Hisíotre des Protestants
de France,
lib. 1, cap. 2. Y pocos años después un nuncio papal le
daba este aviso al rey: “Señor, no os engañéis. Los protestantes van
a trastornar tanto el orden civil como el religioso... El trono peligra
tanto como el altar... Al introducirse una nueva religión se introduce
necesariamente un nuevo gobierno.”—D’Aubigné,
Histoire de la
Réformation au temps de Calvin,
lib. 2, cap. 36. Y los teólogos ape-
laban a las preocupaciones del pueblo al declarar que las doctrinas
protestantes “seducen a los hombres hacia las novedades y la locura;
roban así al rey el afecto leal de sus súbditos y destruyen la iglesia y
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el estado al mismo tiempo.” De ese modo logró Roma predisponer a