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El Conflicto de los Siglos
causa de sus pecados, y su obstinada incredulidad hizo inevitable su
condenación.
El Señor había dicho por el profeta Miqueas: “Oíd ahora esto,
cabezas de la casa de Jacob, y capitanes de la casa de Israel, que
abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho; que edificáis a
Sión con sangre, y a Jerusalem con injusticia; sus cabezas juzgan
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por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas
adivinan por dinero; y apóyanse en Jehová diciendo: ¿No está Jehová
entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros.”
Miqueas 3:9-11
.
Estas palabras dan una idea cabal de cuán corruptos eran los
moradores de Jerusalén y de cuán justos se consideraban. A la
vez que se decían escrupulosos observadores de la ley de Dios,
quebrantaban todos sus preceptos. La pureza de Cristo y su santidad
hacían resaltar la iniquidad de ellos; por eso le aborrecían y le
señalaban como el causante de todas las desgracias que les habían
sobrevenido como consecuencia de su maldad. Aunque harto sabían
que Cristo no tenía pecado, declararon que su muerte era necesaria
para la seguridad de la nación. Los príncipes de los sacerdotes y los
fariseos decían: “Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán
los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación.”
Juan 11:48
(VM)
. Si se sacrificaba a Cristo, pensaban ellos, podrían ser otra
vez un pueblo fuerte y unido. Así discurrían, y convinieron con el
sumo sacerdote en que era mejor que uno muriera y no que la nación
entera se perdiese.
Así era cómo los príncipes judíos habían edificado “a Sión con
sangre, y a Jerusalem con iniquidad,” y al paso que sentenciaban a
muerte a su Salvador porque les echara en cara sus iniquidades, se
atribuían tanta justicia que se consideraban el pueblo favorecido de
Dios y esperaban que el Señor viniese a librarlos de sus enemigos.
“Por tanto—había añadido el profeta,—a causa de vosotros será Sión
arada como campo, y Jerusalem será majanos, y el monte de la casa
como cumbres de breñal.”
Miqueas 3:12
.
Dios aplazó sus juicios sobre la ciudad y la nación hasta cosa
de cuarenta años después que Cristo hubo anunciado el castigo
de Jerusalén. Admirable fué la paciencia que tuvo Dios con los
que rechazaran su Evangelio y asesinaran a su Hijo. La parábola
de la higuera estéril representa el trato bondadoso de Dios con
la nación judía. Ya había sido dada la orden: “Córtala, ¿por qué
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