Página 303 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Heraldos de una nueva era
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aire. “Y así—dijo—estaremos siempre con el Señor. Consolaos pues
los unos a los otros con estas palabras.”
1 Tesalonicenses 4:16-18
(VM)
.
En la isla peñascosa de Patmos, el discípulo amado oyó la prome-
sa: “Ciertamente, vengo en breve.” Y su anhelante respuesta expresa
la oración que la iglesia exhaló durante toda su peregrinación: “¡Ven,
Señor Jesús!”
Apocalipsis 22:20
.
Desde la cárcel, la hoguera y el patíbulo, donde los santos y
los mártires dieron testimonio de la verdad, llega hasta nosotros
a través de los siglos la expresión de su fe y esperanza. Estando
“seguros de la resurrección personal de Cristo, y, por consiguiente,
de la suya propia, a la venida de Aquel—como dice uno de estos
cristianos,—ellos despreciaban la muerte y la superaban.”—Daniel
T. Taylor,
The Reign of Christ on Earth; or, The Voice of the Church
in all Ages,
pág. 33. Estaban dispuestos a bajar a la tumba, a fin de
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que pudiesen “resucitar libertados.” Esperaban al “Señor que debía
venir del cielo entre las nubes con la gloria de su Padre,” “trayendo
para los justos el reino eterno.” Los valdenses acariciaban la misma
fe. Wiclef aguardaba la aparición del Redentor como la esperanza
de la iglesia. (
Id.,
54, 129-134.)
Lutero declaró: “Estoy verdaderamente convencido de que el
día del juicio no tardará más de trescientos años. Dios no quiere ni
puede sufrir por más tiempo a este mundo malvado.” “Se acerca el
gran día en que el reino de las abominaciones será derrocado.”—
Id.,
158, 134.
“Este viejo mundo no está lejos de su fin,” decía Melanchton.
Calvino invita a los cristianos a “desear sin vacilar y con ardor
el día de la venida de Cristo como el más propicio de todos los
acontecimientos,” y declara que “toda la familia de los fieles no
perderá de vista ese día.” “Debemos tener hambre de Cristo—dice—
debemos buscarle, contemplarle hasta la aurora de aquel gran día en
que nuestro Señor manifestará la gloria de su reino en su plenitud.”—
Ibid
.
“¿No llevó acaso nuestro Señor Jesús nuestra carne al cielo?—
dice Knox, el reformador escocés,—¿y no ha de regresar por ventura?
Sabemos que volverá, y esto con prontitud.” Ridley y Látimer, que
dieron su vida por la verdad, esperaban con fe la venida del Señor.
Ridley escribió: “El mundo llega sin duda a su fin. Así lo creo