Página 33 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El destino del mundo predicho
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Durante siete años un hombre recorrió continuamente las calles
de Jerusalén anunciando las calamidades que iban a caer sobre la
ciudad. De día y de noche entonaba la frenética endecha: “Voz del
oriente, voz del occidente, voz de los cuatro vientos, voz contra
Jerusalén y contra el templo, voz contra el esposo y la esposa, voz
contra todo el pueblo.”—
Ibid.,
libro 13. Este extraño personaje fué
encarcelado y azotado sin que exhalase una queja. A los insultos
que le dirigían y a las burlas que le hacían, no contestaba sino con
estas palabras: “¡Ay de Jerusalén! ¡Ay, ay de sus moradores!” y sus
tristes presagios no dejaron de oírse sino cuando encontró la muerte
en el sitio que él había predicho.
Ni un solo cristiano pereció en la destrucción de Jerusalén. Cris-
to había prevenido a sus discípulos, y todos los que creyeron sus
palabras esperaron atentamente las señales prometidas. “Cuando
viereis a Jerusalem cercada de ejércitos—había dicho Jesús,—sabed
entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estuvieren
en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse.”
Lucas 21:20, 21
. Después que los soldados romanos, al mando del
general Cestio Galo, hubieron rodeado la ciudad, abandonaron de
pronto el sitio de una manera inesperada y eso cuando todo parecía
favorecer un asalto inmediato. Perdida ya la esperanza de poder
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resistir el ataque, los sitiados estaban a punto de rendirse, cuando
el general romano retiró sus fuerzas sin motivo aparente para ello.
Empero la previsora misericordia de Dios había dispuesto los acon-
tecimientos para bien de los suyos. Ya estaba dada la señal a los
cristianos que aguardaban el cumplimiento de las palabras de Jesús,
y en aquel momento se les ofrecía una oportunidad que debían apro-
vechar para huir, conforme a las indicaciones dadas por el Maestro.
Los sucesos se desarrollaron de modo tal que ni los judíos ni los
romanos hubieran podido evitar la huída de los creyentes. Habiéndo-
se retirado Cestio, los judíos hicieron una salida para perseguirle y
entre tanto que ambas fuerzas estaban así empeñadas, los cristianos
pudieron salir de la ciudad, aprovechando la circunstancia de estar
los alrededores totalmente despejados de enemigos que hubieran
podido cerrarles el paso. En la época del sitio, los judíos habían
acudido numerosos a Jerusalén para celebrar la fiesta de los taber-
náculos y así fué como los cristianos esparcidos por todo el país
pudieron escapar sin dificultad. Inmediatamente se encaminaron