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El Conflicto de los Siglos
temblor; porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el
hacer, por su buena voluntad.”
Filipenses 2:12, 13
. El cristiano sentirá
las tentaciones del pecado, pero luchará continuamente contra él.
Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. La debilidad humana
se une con la fuerza divina, y la fe exclama: “A Dios gracias, que
nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo.”
1 Corintios 15:57
.
Las Santas Escrituras enseñan claramente que la obra de santifi-
cación es progresiva. Cuando el pecador encuentra en la conversión
la paz con Dios por la sangre expiatoria, la vida cristiana no ha
hecho más que empezar. Ahora debe llegar “al estado de hombre
perfecto;” crecer “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.”
El apóstol San Pablo dice: “Una cosa hago: olvidando ciertamente
lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al
blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús.”
Filipenses 3:13, 14
. Y San Pedro nos presenta los peldaños por los
cuales se llega a la santificación de que habla la Biblia: “Poniendo
de vuestra parte todo empeño, añadid a vuestra fe el poder; y al
poder, la ciencia; y a la ciencia, la templanza; y a la templanza, la
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paciencia; y a la paciencia, la piedad; y a la piedad, fraternidad; y a
la fraternidad, amor... Porque si hacéis estas cosas, no tropezaréis
nunca.”
2 Pedro 1:5-10 (VM)
.
Los que experimenten la santificación de que habla la Biblia,
manifestarán un espíritu de humildad. Como Moisés, contemplaron
la terrible majestad de la santidad y se dan cuenta de su propia
indignidad en contraste con la pureza y alta perfección del Dios
infinito.
El profeta Daniel fué ejemplo de verdadera santificación. Llenó
su larga vida del noble servicio que rindió a su Maestro. Era un hom-
bre “muy amado” (
Daniel 10:11, VM
) en el cielo. Sin embargo, en
lugar de prevalerse de su pureza y santidad, este profeta tan honrado
de Dios se identificó con los mayores pecadores de Israel cuando
intercedió cerca de Dios en favor de su pueblo: “¡No derramamos
nuestros ruegos ante tu rostro a causa de nuestras justicias, sino a
causa de tus grandes compasiones!” “Hemos pecado, hemos obrado
impíamente.” El declara: “Yo estaba ... hablando, y orando, y confe-
sando mi pecado, y el pecado de mi pueblo.” Y cuando más tarde el
Hijo de Dios apareció para instruirle, Daniel dijo: “Mi lozanía se me