Capítulo 35—¿Pueden hablarnos nuestros muertos?
La obra ministradora de los santos ángeles, tal cual está presen-
tada en las Santas Escrituras, es una verdad de las más alentadoras y
de las más preciosas para todo discípulo de Cristo. Pero la enseñanza
de la Biblia acerca de este punto ha sido obscurecida y pervertida
por los errores de la teología popular. La doctrina de la inmortalidad
natural, tomada en un principio de la filosofía pagana e incorporada
a la fe cristiana en los tiempos tenebrosos de la gran apostasía, ha
suplantado la verdad tan claramente enseñada por la Santa Escritura,
de que “los muertos nada saben.” Multitudes han llegado a creer
que los espíritus de los muertos son los “espíritus ministradores,
enviados para hacer servicio a favor de los que han de heredar la
salvación.” Y esto a pesar del testimonio de las Santas Escrituras
respecto a la existencia de los ángeles celestiales y a la relación que
ellos tienen con la historia humana desde antes que hubiese muerto
hombre alguno.
La doctrina de que el hombre queda consciente en la muerte,
y más aún la creencia de que los espíritus de los muertos vuelven
para servir a los vivos, preparó el camino para el espiritismo mo-
derno. Si los muertos son admitidos a la presencia de Dios y de los
santos ángeles y si son favorecidos con conocimientos que superan
en mucho a los que poseían anteriormente, ¿por qué no habrían
de volver a la tierra para iluminar e ilustrar a los vivos? Si, como
lo enseñan los teólogos populares, los espíritus de los muertos se
ciernen en torno de sus amigos en la tierra, ¿por qué no les sería
permitido comunicarse con ellos para prevenirlos del mal o para
consolarlos en sus penas? ¿Cómo podrán los que creen en el estado
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consciente de los muertos rechazar lo que les viene cual luz divina
comunicada por espíritus glorificados? Representan un medio de
comunicación considerado sagrado, del que Satanás se vale para
cumplir sus propósitos. Los ángeles caídos que ejecutan sus órdenes
se presentan como mensajeros del mundo de los espíritus. Al mismo
tiempo que el príncipe del mal asevera poner a los vivos en comu-
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