Página 557 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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La libertad de conciencia amenazada
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de Pedro II, rey de Aragón, este juramento extraordinario: “Yo,
Pedro, rey de los aragoneses, declaro y prometo ser siempre fiel y
obediente a mi señor, el papa Inocencio, a sus sucesores católicos y a
la iglesia romana, y conservar mi reino en su obediencia, defendiendo
la religión católica y persiguiendo la perversidad herética.”—[
Juan
Dowling,
The History of Romanism,
lib. 5, cap. 6, sec. 55.
] Esto está
[638]
en armonía con las pretensiones del pontífice romano con referencia
al poder, de que “él tiene derecho de deponer emperadores” y de
que “puede desligar a los súbditos de la lealtad debida a gobernantes
perversos.”—[
Mosheim, lib. 3, siglo 11, parte 2, cap. 2, sec. 2, nota
17. Véase también el Apéndice.
]
Y téngase presente que Roma se jacta de no variar jamás. Los
principios de Gregorio VII y de Inocencio III son aún los principios
de la iglesia católica romana; y si sólo tuviese el poder, los pon-
dría en vigor con tanta fuerza hoy como en siglos pasados. Poco
saben los protestantes lo que están haciendo al proponerse aceptar
la ayuda de Roma en la tarea de exaltar el domingo. Mientras ellos
tratan de realizar su propósito, Roma tiene su mira puesta en el
restablecimiento de su poder, y tiende a recuperar su supremacía
perdida. Establézcase en los Estados Unidos el principio de que la
iglesia puede emplear o dirigir el poder del estado; que las leyes
civiles pueden hacer obligatorias las observancias religiosas; en una
palabra, que la autoridad de la iglesia con la del estado debe dominar
las conciencias, y el triunfo de Roma quedará asegurado en la gran
República de la América del Norte.
La Palabra de Dios ha dado advertencias respecto a tan inminente
peligro; descuide estos avisos y el mundo protestante sabrá cuáles
son los verdaderos propósitos de Roma, pero ya será tarde para salir
de la trampa. Roma está aumentando sigilosamente su poder. Sus
doctrinas están ejerciendo su influencia en las cámaras legislativas,
en las iglesias y en los corazones de los hombres. Ya está levantando
sus soberbios e imponentes edificios en cuyos secretos recintos
reanudará sus antiguas persecuciones. Está acumulando ocultamente
sus fuerzas y sin despertar sospechas para alcanzar sus propios fines
y para dar el golpe en su debido tiempo. Todo lo que Roma desea
es asegurarse alguna ventaja, y ésta ya le ha sido concedida. Pronto
veremos y palparemos los propósitos del romanismo. Cualquiera