Página 576 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
Hasta los jóvenes de poca experiencia se atreven a insinuar dudas
respecto a los principios fundamentales del cristianismo. Y esta
incredulidad juvenil, por superficial que sea, no deja de ejercer su
influencia. Muchos se dejan arrastrar así al punto de mofarse de
la piedad de sus padres y desafían al Espíritu de gracia.
Hebreos
10:29
. Muchos cuya vida daba promesa de honrar a Dios y de
beneficiar al mundo, se han marchitado bajo el soplo contaminado
de la incredulidad. Todos los que fían en los dictámenes jactanciosos
de la razón humana y se imaginan poder explicar los misterios
divinus y llegar al conocimiento de la verdad sin el auxilio de la
sabiduría de Dios, están presos en las redes de Satanás.
Vivimos en el período más solemne de la historia de este mun-
do. La suerte de las innumerables multitudes que pueblan la tierra
está por decidirse. Tanto nuestra dicha futura como la salvación de
otras almas dependen de nuestra conducta actual. Necesitamos ser
guiados por el Espíritu de Verdad. Todo discípulo de Cristo debe
preguntar seriamente: “¿Señor, qué quieres que haga?” Necesita-
mos humillamos ante el Señor, ayunar, orar y meditar mucho en su
Palabra, especialmente acerca de las escenas del juicio. Debemos
tratar de adquirir actualmente una experiencia profunda y viva en las
cosas de Dios, sin perder un solo instante. En torno nuestro se están
cumpliendo acontecimientos de vital importancia; nos encontramos
en el terreno encantado de Satanás. No durmáis, centinelas de Dios,
que el enemigo está emboscado, listo para lanzarse sobre vosotros y
haceros su presa en cualquier momento en que caigáis en descuido
y somnolencia.
Muchos se engañan con respecto a su verdadera condición ante
Dios. Se felicitan por los actos reprensibles que no cometen, y se
olvidan de enumerar las obras buenas y nobles que Dios requiere,
pero que ellos descuidan de hacer. No basta que sean árboles en
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el huerto del Señor. Deben corresponder a lo que Dios espera de
ellos, llevando frutos. Dios los hace responsables de todo el bien que
podrían haber realizado, sostenidos por su gracia. En los libros del
cielo sus nombres figuran entre los que ocupan inútilmente el suelo.
Sin embargo, aun el caso de tales personas no es del todo desespe-
rado. El Dios de paciencia y amor se empeña en atraer aún a los
que han despreciado su gracia y desdeñado su misericordia. “Por lo
cual se dice: Despiértate tú que duermes, y levántate de los muertos,