El mensaje final de Dios
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do tan sólo a Dios y a su Palabra. El Espíritu de Dios, que obraba
en sus corazones, les constriñó a hablar. Estimulados por santo celo
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e impulso divino, cumplieron su deber y declararon al pueblo las
palabras que de Dios recibieran sin detenerse en calcular las conse-
cuencias. No consultaron sus intereses temporales ni miraron por
su reputación o sus vidas. Sin embargo, cuando la tempestad de la
oposición y del vituperio estalle sobre ellos, algunos, consternados,
estarán listos para exclamar: “Si hnbiésemos previsto las consecuen-
cias de nuestras palabras, habríamos callado.” Estarán rodeados de
dificultades. Satanás los asaltará con terribles tentaciones. La obra
que habrán emprendido parecerá exceder en mucho sus capacidades.
Los amenazará la destrucción. El entusiasmo que les animara se des-
vanecerá; sin embargo no podrán retroceder. Y entonces, sintiendo
su completa incapacidad, se dirigirán al Todopoderoso en demanda
de auxilio. Recordarán que las palabras que hablaron no eran las su-
yas propias, sino las de Aquel que les ordenara dar la amonestación
al mundo. Dios había puesto la verdad en sus corazones, y ellos, por
su parte, no pudieron hacer otra cosa que proclamarla.
En todas las edades los hombres de Dios pasaron por las mismas
pruebas. Wiclef, Hus, Lutero, Tyndale, Baxter, Wesley, pidieron que
todas las doctrinas fuesen examinadas a la luz de las Escrituras,
y declararon que renunciarían a todo lo que éstas condenasen. La
persecución se ensañó entonces en ellos con furor; pero no dejaron
de proclamar la verdad. Diferentes periodos de la historia de la
iglesia fueron señalados por el desarrollo de alguna verdad especial
adaptada a las necesidades del pueblo de Dios en aquel tiempo.
Cada nueva verdad se abrió paso entre el odio y la oposición; los
que fueron favorecidos con su luz se vieron tentados y probados. El
Señor envía al pueblo una verdad especial para la situación en que se
encuentra. ¿Quién se atreverá a publicarla? El manda a sus siervos
a que dirijan al mundo el último llamamiento de la misericordia
divina. No pueden callar sin peligro de sus almas. Los embajadores
de Cristo no tienen por qué preocuparse de las consecuencias. Deben
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cumplir con su deber y dejar a Dios los resultados.
Conforme va revistiendo la oposición un carácter más violento,
los siervos de Dios se ponen de nuevo perplejos, pues les parece que
son ellos mismos los que han precipitado la crisis; pero su conciencia
y la Palabra de Dios les dan la seguridad de estar en lo justo; y aunque