Página 97 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Dos héroes de la edad media
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es para seguir los preceptos y el ejemplo de Jesucristo, para no
dar lugar a que los mal intencionados se expongan a su propia
condenación eterna y para no ser causa de que se moleste y persiga
a los piadosos. Me he retirado, además, por temor de que los impíos
sacerdotes prolonguen su prohibición de que se predique la Palabra
de Dios entre vosotros; mas no os he dejado para negar la verdad
divina por la cual, con la ayuda de Dios, estoy pronto a morir.”—E.
de Bonnechose,
Les Réformateurs avant la Réforme,
lib. 1, págs.
94, 95 (París, 1845). Hus no cesó de trabajar; viajó por los países
vecinos predicando a las muchedumbres que le escuchaban con
ansia. De modo que las medidas de que se valiera el papa para
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suprimir el Evangelio, hicieron que se extendiera en más amplia
esfera. “Nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la
verdad.”
2 Corintios 13:8 (VM)
.
“El espíritu de Hus parece haber sido en aquella época de su
vida el escenario de un doloroso conflicto. Aunque la iglesia trataba
de aniquilarle lanzando sus rayos contra él, él no desconocía la
autoridad de ella, sino que seguía considerando a la iglesia católica
romana como a la esposa de Cristo y al papa como al representante
y vicario de Dios. Lo que Hus combatía era el abuso de autoridad
y no la autoridad misma. Esto provocó un terrible conflicto entre
las convicciones más íntimas de su corazón y los dictados de su
conciencia. Si la autoridad era justa e infalible como él la creía,
¿por qué se sentía obligado a desobedecerla? Acatarla, era pecar;
pero, ¿por qué se sentía obligado a pecar si prestaba obediencia
a una iglesia infalible? Este era el problema que Hus no podía
resolver, y la duda le torturaba hora tras hora. La solución que por
entonces le parecía más plausible era que había vuelto a suceder
lo que había sucedido en los días del Salvador, a saber, que los
sacerdotes de la iglesia se habían convertido en impíos que usaban de
su autoridad legal con fines inicuos. Esto le decidió a adoptar para su
propio gobierno y para el de aquellos a quienes siguiera predicando,
la máxima aquella de que los preceptos de la Santas Escrituras
transmitidos por el entendimiento han de dirigir la conciencia, o
en otras palabras, que Dios hablando en la Biblia, y no la iglesia
hablando por medio de los sacerdotes, era el único guía infalible.”—
Wylie, lib. 3, cap. 3.