Prefacio
El Sermón del Monte es una bendición del cielo para el mundo,
una voz proveniente del trono de Dios. Fue dado a la humanidad
como ley que enunciara sus deberes y luz proveniente del cielo, para
infundirle esperanza y consolación en el desaliento; gozo y estímulo
en todas las vicisitudes de la vida. En él oímos al Príncipe de los
predicadores, el Maestro supremo, pronunciar las palabras que su
Padre le inspiró.
Las bienaventuranzas son el saludo de Cristo, no sólo para los
que creen, sino también para toda la familia humana. Parece haber
olvidado por un momento que está en el mundo, y no en el cielo,
pues emplea el saludo familiar del mundo de la luz. Las bendiciones
brotan de sus labios como el agua cristalina de un rico manantial de
vida sellado durante mucho tiempo.
Cristo no permite que permanezcamos en la duda con respecto a
los rasgos de carácter que él siempre reconoce y bendice. Apartán-
dose de los ambiciosos y favoritos del mundo, se dirige a quienes
ellos desprecian, y llama bienaventurados a quienes reciben su luz y
su vida. Abre sus brazos acogedores a los pobres de espíritu, a los
mansos, a los humildes, a los acongojados, a los despreciados, a los
perseguidos, y les dice: “Venid a mí..., y yo os haré descansar”.
Cristo puede mirar la miseria del mundo sin una sombra de
pesar por haber creado al hombre. Ve en el corazón humano más
que el pecado y la miseria. En su sabiduría y amor infinitos, ve las
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posibilidades del hombre, las alturas que puede alcanzar. Sabe que
aunque los seres humanos hayan abusado de sus misericordias y
hayan destruido la dignidad que Dios les concediera, el Creador será
glorificado con su redención.
A través de los tiempos, las palabras dichas por Jesús desde la
cumbre del monte de las Bienaventuranzas conservarán su poder.
Cada frase es una joya de verdad. Los principios enunciados en este
discurso se aplican a todas las edades y a todas las clases sociales.
Con energía divina, Cristo expresó su fe y esperanza, al señalar
I V