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Capítulo 53—El peligro de las diversiones
Incidentes recientemente ocurridos en nuestros colegios y sa-
natorios me inducen a presentar de nuevo las instrucciones que el
Señor me dió para los maestros y los alumnos de nuestro colegio de
Cooranbong, Australia.
Durante abril de 1900, en el colegio de Avondale se decretó un
día de asueto para los obreros cristianos. El programa del día requería
una reunión en la capilla por la mañana, en la cual varias otras
personas y yo nos dirigimos a los alumnos, llamando su atención a
lo que Dios había hecho para la edificación de ese colegio y a sus
privilegios y oportunidades como alumnos.
Después de la reunión, los alumnos dedicaron el resto del día
a diversos juegos y deportes, algunos de los cuales eran frívolos,
rudos y grotescos.
Durante la noche siguiente, me pareció estar presenciando las
actuaciones de la tarde. La escena me fué presentada claramente,
y se me dió un mensaje para el administrador y los profesores del
colegio.
Se me mostró que en las diversiones del colegio aquella tarde,
el enemigo había ganado una victoria; los profesores habían sido
pesados en la balanza y hallados faltos. Sentí mucha angustia y preo-
cupación al pensar que los que ocupaban puestos de responsabilidad
hubiesen podido abrir la puerta y, por así decirlo, invitar al enemigo;
porque fué lo que hicieron al permitir las diversiones que se realiza-
ron. Como profesores, debieran haberse mantenido firmes y haberse
opuesto a dar lugar al enemigo en cualquier manera. Por lo que ellos
permitieron, mancillaron su foja de servicios y agraviaron al Espíritu
de Dios. Los alumnos fueron estimulados en una conducta cuyos
efectos no se iban a borrar fácilmente. No tiene fin la senda de las
diversiones vanas, y todo paso dado en ella es un paso en la senda
por la cual Cristo no ha viajado.
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Esta introducción de planes erróneos fué la primera cosa contra
la cual debieran haberse puesto celosamente en guardia. El colegio
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