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La Educación Cristiana
importantes, que cesan de aprender en la escuela de Cristo, están
arrostrando una pérdida infinita. Insultan al divino Maestro al recha-
zar las provisiones de su gracia. Cuanto más tiempo continúan en su
conducta, tanto más se endurecen en el pecado. Su retribución será
proporcionada al valor infinito de las bendiciones que despreciaron.
En la religión de Cristo, hay una influencia regeneradora que
transforma todo el ser, elevando al hombre por encima de todo
vicio degradante y rastrero, y alzando los pensamientos y deseos
hacia Dios y el cielo. Vinculado al Ser infinito, el hombre es hecho
participante de la naturaleza divina. Ya no tienen efecto contra él
los dardos del maligno; porque está revestido de la panoplia de la
justicia de Cristo.
Toda facultad, todo atributo con que el Creador ha dotado a
los hijos de los hombres, se han de emplear para su gloria; y en
este empleo se halla su ejercicio más puro, más santo y más feliz.
Mientras se tengan por supremos los principios religiosos, todo paso
hacia adelante en la adquisición de conocimiento o en el cultivo
del intelecto, es un paso hacia la asimilación de lo humano con lo
divino, lo finito con lo infinito.
La Biblia como agente educador
Como agente educador, las Sagradas Escrituras no tienen rival.
La Biblia es la historia más antigua y más abarcante que los hombres
poseen. Vino directamente de la Fuente de la verdad eterna; y una
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mano divina ha conservado su pureza a través de los siglos. Ilumina
el lejano pasado, donde en vano procura penetrar la investigación
humana. Únicamente en la Palabra de Dios contemplamos el poder
que echó los fundamentos de la tierra, y extendió los cielos. Sólo
en ella hallamos un relato auténtico del origen de las naciones.
Únicamente en ella se nos da una historia de la familia humana, no
mancillada por el orgullo o el prejuicio del hombre.
En la Palabra de Dios halla la mente temas de la más profunda
meditación, las más sublimes aspiraciones. Allí podemos estar en
comunión con los patriarcas y los profetas, y escuchar la voz del
Eterno mientras habla con los hombres. Allí contemplamos la Ma-
jestad de los cielos tal como se humilló para hacerse nuestro sustituto
y garante, para luchar a solas con las potestades de las tinieblas y