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La Educación Cristiana
Dios. Las páginas que se abrieron deslumbrantes a la mirada de la
primera pareja en el Edén llevan ahora una sombra. Una maldición
ha caído sobre la hermosa creación. Sin embargo, doquiera miremos,
vemos rastros de la hermosura primitiva; doquiera nos volvamos,
oímos la voz de Dios y contemplamos la obra de sus manos.
Desde el solemne y profundo retumbo del trueno y el incesan-
te rugido del viejo océano, hasta los alegres cantos que llenan los
bosques de melodías, las diez mil voces de la naturaleza expresan
su loor. En la tierra, en el mar y en el cielo, con sus maravillosos
matices y colores, que varían en glorioso contraste o se fusionan
armoniosamente, contemplamos su gloria. Las montañas eternas
hablan de su poder. Los árboles que hacen ondear sus verdes estan-
dartes a la luz del sol, las flores en su delicada belleza, señalan a
su Creador. El verde vivo que alfombra la tierra, habla del cuidado
de Dios por la más humilde de sus criaturas. Las cuevas del mar y
las profundidades de la tierra revelan sus tesoros. El que puso las
perlas en el océano y la amatista y el crisólito entre las rocas, ama
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lo bello. El sol que se levanta en los cielos es un símbolo de Aquel
que es la vida y la luz de todo lo que ha hecho. Todo el esplendor y
la hermosura que adornan la tierra e iluminan los cielos hablan de
Dios.
Por lo tanto, mientras disfrutamos de sus dones, ¿habremos de
olvidarnos del Dador? Dejemos más bien que nos induzcan a con-
templar su bondad y su amor, y que todo lo que hay de hermoso en
nuestra patria terrenal nos recuerde el río cristalino y los campos
verdes, los ondeantes árboles y las fuentes vivas, la resplandeciente
ciudad y los cantores de ropas blancas de nuestra patria celestial,
el mundo de belleza que ningún artista puede pintar, que ninguna
lengua mortal puede describir. “Cosas que ojo no vió, ni oreja oyó,
ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado
para aquellos que le aman”.
1 Corintios 2:9
.
Morar para siempre en este hogar de los bienaventurados, llevar
en el alma, el cuerpo y el espíritu, no los oscuros estigmas del pecado
y de la maldición, sino la perfecta semejanza de nuestro Creador, y
a través de los siglos sin fin progresar en sabiduría, conocimiento
y santidad, explorando siempre nuevos campos del pensamiento,
hallando siempre nuevos prodigios y nuevas glorias, creciendo siem-
pre en capacidad de conocer, disfrutar y amar, sabiendo que quedan