Capítulo 6—Las escuelas de los profetas
“Ellos se sentaron a tus pies;
cada uno recibió tus palabras”.
Dondequiera se llevaba a cabo en Israel el plan educativo de
Dios, se veía, por sus resultados, que él era su Autor. Sin embargo,
en muchas casas, la educación indicada por el cielo, y los caracteres
desarrollados por ella, eran igualmente raros. Se llevaba a cabo par-
cial e imperfectamente el plan de Dios. A causa de la incredulidad
y el descuido de las instrucciones dadas por el Señor, los israelitas
se rodearon de tentaciones que pocos tenían el poder de resistir.
Cuando se establecieron en Canaán, “no destruyeron a los pueblos
que Jehová les dijo; al contrario, se mezclaron con las naciones,
aprendieron sus obras y sirvieron a sus ídolos, los cuales fueron cau-
sa de su ruina
su corazón no era recto con Dios, “ni permanecieron
firmes en su pacto. Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad y
no los destruía; apartó muchas veces su ira. [...] Se acordó de que
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eran carne, soplo que va y no vuelve
Los padres y las madres
israelitas llegaron a ser indiferentes a su obligación hacia Dios y
sus hijos. A causa de la infidelidad observada en el hogar, y las
influencias idólatras del exterior, muchos jóvenes hebreos recibieron
una educación que difería grandemente de la que Dios había ideado
para ellos, y siguieron los caminos de los paganos.
A fin de contrarrestar este creciente mal, Dios proveyó otros
instrumentos que ayudaran a los padres en la obra de la educación.
Desde los tiempos más remotos se había considerado a los profetas
como maestros divinamente designados. El profeta era, en el sentido
más elevado, una persona que hablaba por inspiración directa, y
comunicaba al pueblo los mensajes que recibía de Dios. Pero tam-
bién se daba este nombre a los que, aunque no era tan directamente
inspirados, eran llamados por Dios a instruir al pueblo en las obras
y los caminos de Dios. Para preparar esa clase de maestros, Samuel
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