Nuestra misión en el mundo, 1 de noviembre
Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.
Juan 17:18
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La separación del mundo, en obediencia a la orden divina, ¿nos
inhabilitará para la obra que el Señor nos ha dejado? ¿Nos impedirá hacer
el bien a los que nos rodean? No. Cuanto más firme sea nuestro asidero
en el cielo, tanto mayor será nuestro poder para ser útiles. Debemos
estudiar el Modelo, para que el espíritu que habitó en Cristo pueda morar
en nosotros. Al Salvador no se lo halló entre los eminentes y honorables
del mundo. No empleó su tiempo entre los que buscaban su propia
comodidad y deleite. Trabajó para ayudar a los que necesitaban ayuda,
para salvar a los perdidos y a los que perecían, para levantar a los caídos,
para romper el yugo de opresión de los que estaban en cautiverio, para
sanar a los afligidos y hablar palabras de simpatía y consolación a los
angustiados y tristes. Se nos pide que sigamos este ejemplo. Cuanto
más participemos del espíritu de Cristo, tanto más buscaremos hacer
por nuestros semejantes. Bendeciremos al necesitado y confortaremos al
afligido. Llenos de amor por las almas que perecen, nos deleitaremos en
seguir las pisadas de la Majestad de los cielos.—
The Review and Herald,
2 de enero de 1900
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¡Cuán grande es la responsabilidad depositada sobre los discípulos
de Cristo! ¡Cuán imperativo el deber de reflejar la luz del Cielo sobre
un mundo envuelto en tinieblas! Cuanto más cerrada sea la oscuridad
circundante, tanto más potente debiera ser la luz de la fe y el ejemplo
cristianos.—
The Review and Herald, 23 de octubre de 1888
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