Página 143 - El Evangelismo (1994)

Basic HTML Version

El esfuerzo público
139
resulta clara para toda persona inteligente. Cuanto más se repitan los
asertos erróneos de los opositores, y de los que se levantan de entre
nosotros para engañar a las almas, tanto mejor se sirve a la causa del
error. Mientras mayor sea la publicidad que se dé a las sugestiones de
Satanás, tanto más se agradará a su majestad satánica.—
Testimonios
para los Ministros, 165 (1892)
.
Usad sólo argumentos sólidos
—Es importante que al defender
las doctrinas que consideramos artículos fundamentales de fe, nunca
nos permitamos emplear argumentos que no sean completamente
correctos. Tal vez sean para acallar a un oponente, pero no honran la
verdad. Debemos presentar argumentos sólidos, que no sólo acallen
a nuestros oponentes, sino que soporten el examen más estricto y
escrutador. Los que se han educado como disputadores están en
grave peligro de no manejar la Palabra de Dios con justicia. Cuando
hacemos frente a un oponente, nuestro ferviente esfuerzo debe tener
por objeto presentar los temas de tal manera que despierten la con-
vicción en su mente en vez de tratar simplemente de dar confianza
al creyente.—
Joyas de los Testimonios 2:313 (1889)
.
Quitaos la armadura de combate
—Los que llevan el mensaje
más solemne que se haya dado a nuestro mundo deben quitarse la
armadura de combate, y colocarse en su lugar la armadura de la jus-
[126]
ticia de Cristo. No necesitamos trabajar con nuestra individualidad
finita, porque entonces los ángeles de Dios se apartan y nos dejan
solos en nuestra batalla. ¿Cuándo nuestros ministros aprenderán
de Jesús? Nuestra preparación para hacer frente a los opositores o
para ministrar a la gente debe obtenerse de Dios en el trono de la
gracia celestial. Cuando se recibe la gracia de Dios se advierte y
reconoce la propia incompetencia. La dignidad y la gloria de Cristo
constituyen nuestra fortaleza. La dirección del Espíritu Santo nos
conduce a toda verdad. El Espíritu Santo toma las cosas de Dios y las
expone ante nosotros y las convierte en un poder vivo en el corazón
obediente. Entonces poseemos la fe que obra por amor y purifica el
alma, que entonces recibe la perfecta impronta de su Autor.—
Carta
21a, 1895
.
[127]