Página 8 - Los Hechos de los Ap

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Prefacio
En todas las épocas de la triste y contradictoria carrera del mun-
do, Dios ha tenido sus testigos. En la naturaleza, la hierba y las
flores, los matorrales y los arbustos, los valles y las llanuras, las
montañas y las colinas, los ríos y los lagos, los mares y la tierra, han
dado testimonio de su sabiduría, habilidad y bondad.
Los cielos han dado testimonio de su poder, su omnisciencia
y su divinidad. Los flamígeros orbes y resplandecientes estrellas
han declarado con lenguas de luz la gloria de Dios, y revelado a los
hombres la hermosura de sus obras.
Durante siglos, su Palabra bienaventurada, viva y escrita, ha
relatado la historia de su amor creador y redentor, e invitado fer-
vorosamente a los hombres a acudir a él para hallar justicia, paz y
descanso.
Preeminentemente, se destaca a través de los siglos el Testi-
go Fiel y Verdadero, nuestro Señor Jesucristo, la Palabra de Dios
encarnada, la plenitud de judíos y gentiles.
Siguiendo en orden al Hijo divino, y mayor aún en su influen-
cia directa, es la manifestación de la vida de nuestro Señor entre
los hombres. Dios se deleita en tomar al ser humano imperfecto
y transformarlo para “alabanza de la gloria de su gracia.” Lo hizo
de una manera supereminente después de la resurrección de nues-
tro Señor. El testimonio de Dios en los apóstoles y evangelistas
fué el testimonio de una humanidad regenerada, creada de nuevo y
engrandecida. Al pescador, al escriba, al estudiante, al médico, al
hacedor de tiendas, habían sido reveladas visiones de Dios; y esas
visiones, en el poder de Cristo, hicieron de los hombres que temían
a Dios, pero no temblaban ante el rostro de los hombres, seres que
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moldearon los siglos siguientes.
A sus volúmenes maravillosamente instructivos de la serie:
Pa-
triarcas y Profetas, El Deseado de Todas las Gentes
y
El Conflicto
de los Siglos,
la autora añadió
Los Hechos de los Apóstoles,
donde
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