Página 219 - Hijas De Dios (1999)

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Cuando llega la aflicción
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pie para dirigir unas pocas palabras. El lo hizo, y allí estuve, como
por cinco minutos, tratando de hablar y pensando que si finalmente
podía hacerlo, sería mi última oportunidad; sería mi discurso de
despedida.
De repente, sentí un poder que vino sobre mí, parecido a un
choque eléctrico. Pasó a través de mi cuerpo hasta alcanzar la cabeza.
La gente testificó que literalmente vieron la sangre llegar hasta mis
labios, mis oídos, mis mejillas y mi frente. Fui sanada delante de ese
gran número de personas. Alabé a Dios en mi corazón y mediante
las palabras de mis labios. Se realizó un milagro delante de esa gran
congregación.
Entonces tomé mi lugar entre los predicadores y di mi testimonio
como nunca lo había hecho. Parecía como que alguien había sido
levantado de los muertos. Todo ese año había sido un tiempo de
preparación para ese cambio. La gente de la ciudad tuvo entonces
una señal que sirvió de testimonio a la verdad...
Mi hermana, no muestre más ninguna desconfianza en nuestro
Señor Jesucristo. Avance con fe, creyendo que se encontrará nueva-
mente con su esposo en el reino de Dios. Haga lo mejor que esté de
su parte para preparar a los vivos, para que lleguen a ser miembros
de la familia real e hijos del Rey celestial. Ese es nuestro trabajo
ahora; ese es su trabajo también. Hágalo fielmente, creyendo que
encontrará a su esposo en la ciudad de Dios. Haga cuanto pueda
para ayudar a otros a estar contentos; levánteles el animo, y llévelos
a aceptar a Cristo. No torture su alma como lo ha estado haciendo,
sino sea humilde, fiel y verdadera; y acepte la segura palabra de Dios
de que nos encontraremos con nuestros amados cuando termine el
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conflicto. ¡Tenga ánimo!—
Carta 82, 1906
.
La siguiente carta fue escrita a la hermana Chapman, una vieja
amiga en la fe, cuando ésta perdió a su compañero de toda la vida
.
Querida Hna. Chapman: Pienso en usted cada día y simpatizo
con usted. ¿Qué puedo decirle en este momento en que la pena más
grande ha llegado a su vida? Las palabras me faltan. Sólo puedo
encomendarla a Dios y a nuestro compasivo Salvador; en él hay
descanso y paz. Mediante él podemos recibir consuelo, porque él
nos ama y se preocupa por nosotros como nadie más puede hacerlo.
Jesucristo mismo es el que la sostiene; sus brazos eternos la rodean
y sus palabras traen salud. No podemos penetrar en los secretos