Página 239 - Hijas De Dios (1999)

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Apéndice a—En casa de Simón
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No rechazará a ningún alma penitente y creyente que se acerca a él;
perdonará a todo aquel que viene a buscar perdón y restauración.
Pero para conocer realmente a Jesús, se requiere un cambio del
corazón. La persona en su estado natural de depravación, no conver-
tida, no puede amar a Cristo. El amor a Jesús es el primer resultado
de la conversión. Y la prueba de nuestro amor está declarada: “Si
me amáis, guardad mis mandamientos... Si guardareis mis manda-
mientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”.
Juan 14:15;
15:10
.
Cristo podría ordenar a los ángeles del cielo que derramaran las
copas de su ira sobre este mundo lleno de hipocresía y pecado, y
que destruyeran a los que están llenos de odio hacia Dios. Podría
hacer desaparecer este punto oscuro de su universo, pero no lo hace.
[257]
En lugar de ello, está junto al altar del incienso presentando ante el
Padre las oraciones de aquellos que desean su ayuda. “¿Quién es
el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros”.
Romanos 8:34
.
Debemos amar y confiar en Jesús. A todos los que son obedien-
tes, los elevará paso a paso en la medida en que puedan avanzar junto
a Aquel que quita los pecados, hasta que, iluminados por la luz que
irradia desde el trono de Dios, puedan respirar el aire de las cortes
celestiales. Junto a su gran Intercesor, los pecadores arrepentidos
están por encima de cualquier lucha o de lenguas acusadoras. “¿Y
quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien?
Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, biena-
venturados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni
os conturbéis”.
1 Pedro 3:13-14
.
Ningún ser humano, aunque se una con los ángeles malos, puede
acusar al alma que huye para buscar refugio en Cristo. El ya ha
unido al alma creyente a su propia naturaleza divino-humana. En
su obra mediadora, su divinidad y su humanidad están unidas; y de
esta unión pende toda la esperanza del mundo.—
The Signs of the
Times, 9 de mayo de 1900
.
[258]