Página 307 - La Historia de la Redenci

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Capítulo 53—El santuario celestial
El pasaje que sobre todos los demás había sido el fundamento y
la columna de la fe adventista, es esta declaración: “Hasta dos mil
trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”.
Daniel 8:14
. Esas habían sido palabras familiares para todos los
creyentes en la pronta venida del Señor. Miles de labios repitieron
gozosamente esta profecía como si fuera el santo y seña de su fe. To-
dos creían que de los acontecimientos predichos por ella dependían
sus más brillantes expectativas y sus esperanzas más acariciadas.
Se demostró ya que esos días proféticos terminaron en el otoño de
1844. En concordancia con el resto del mundo cristiano, los adven-
tistas sostenían entonces que la tierra—o a lo menos una porción
de ella—era el santuario, y que la purificación del santuario era la
de la tierra por medio de los fuegos del gran día final. Creían que
eso ocurriría en ocasión de la segunda venida de Cristo. De allí la
conclusión de que Jesús volvería a la tierra en 1844.
Pero el tiempo señalado llegó, y el Señor no apareció. Los creyen-
tes sabían que la Palabra de Dios no podía fallar; su interpretación de
la profecía debía estar equivocada; pero, ¿cuál era el error? Muchos
cortaron temerariamente el nudo de la dificultad negando que los
2.300 días terminaran en 1844. Ninguna razón se podía dar para
asumir esa actitud, excepto que Cristo no había venido en el momen-
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to cuando se lo esperaba. Argumentaron que si los días proféticos
hubieran terminado en 1844, Cristo habría venido para limpiar el
santuario mediante la purificación de la tierra con fuego; y puesto
que no había venido, los días no podía haber terminado.
Aunque la mayor parte de los adventistas abandonó sus antiguos
cálculos de los períodos proféticos y por lo tanto negó la validez
del movimiento que se basaba en ellos, unos pocos no estuvieron
dispuestos a renunciar a puntos de fe y a una experiencia que tenían
el apoyo de las Escrituras y del testimonio especial del Espíritu de
Dios. Creían que habían adoptado sanos principios de interpreta-
ción en su estudio de las Escrituras, y que era su deber aferrarse
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