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La Historia de la Redención
valor. Generalmente los hombres fueron incapaces de apreciar el
misterio del Calvario y los grandes y sublimes hechos de la expiación
y el plan de salvación, por causa de su sometimiento al ánimo carnal.
Sin embargo, a pesar de su debilidad y de las debilitadas facultades
mentales, morales y físicas de la especie humana, Cristo, fiel al
propósito que lo indujo a salir del cielo, continúa manifestando
interés en estos débiles, despreciados y degenerados ejemplares
de la humanidad, y los invita a ocultar su debilidad y sus muchas
deficiencias en él. Si están dispuestos a acudir a él, el Señor lo está
para suplir todas sus necesidades.
Los sacrificios
Cuando Adán, de acuerdo con las indicaciones especiales de
Dios, presentó una ofrenda por el pecado, fue para él una ceremonia
sumamente penosa. Tuvo que levantar la mano para tomar una vida
que sólo Dios podía dar, para presentar su ofrenda por el pecado.
Por primera vez estuvo en presencia de la muerte. Al contemplar
la víctima sangrante en medio de las contorsiones de su agonía,
se lo indujo a observar por fe al Hijo de Dios, a quien esa víctima
prefiguraba, y que moriría como sacrificio en favor del hombre.
Esta ceremonia, ordenada por Dios, debía ser un constante re-
cordativo para Adán, como asimismo un reconocimiento penitencial
de su pecado. Este acto de tomar una vida dio a Adán una impresión
más profunda y perfecta de su transgresión, que para expiarla se
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requirió nada menos que la muerte del amado Hijo de Dios. Se
maravilló de la infinita bondad y del incomparable amor puesto de
manifiesto al dar semejante rescate para salvar al culpable. Cuan-
do Adán daba muerte a la víctima inocente, le parecía que estaba
derramando con su propia mano la sangre del Hijo de Dios. Se dio
cuenta de que si hubiera permanecido fiel al Señor y leal a su santa
ley, jamás habrían muerto ni hombres ni animales. No obstante los
sacrificios, al señalar hacia la gran y perfecta ofrenda del amado
Hijo de Dios, le permitían vislumbrar una estrella de esperanza que
iluminaba las tinieblas de su terrible futuro, y le proporcionaban
alivio en tu total desesperanza y ruina.
Al principio se consideró que el jefe de cada familia era dirigente
y sacerdote de su propio conjunto familiar. Más tarde, cuando la