La cooperación de lo divino con lo humano
En el ministerio de curación, el médico ha de ser colaborador de
Cristo. El Salvador asistía tanto al alma como al cuerpo. El Evange-
lio que enseñó fué un mensaje de vida espiritual y de restauración
física. La salvación del pecado y la curación de la enfermedad iban
enlazadas. El mismo ministerio está encomendado al médico cris-
tiano. Debe unirse con Cristo en la tarea de aliviar las necesidades
físicas y espirituales del prójimo. Debe ser mensajero de misericor-
dia para el enfermo, llevándole el remedio para su cuerpo desgastado
y para su alma enferma de pecado.
Cristo es el verdadero jefe de la profesión médica. El supremo
Médico se encuentra siempre al lado de todo aquel que ejerce esa
profesión en el temor de Dios y trabaja por aliviar las dolencias
humanas. Mientras emplea remedios naturales para aliviar la enfer-
medad física, el médico debe dirigir a sus pacientes hacia Aquel que
puede aliviar las dolencias del alma tanto como las del cuerpo. Lo
que los médicos tan sólo pueden ayudar a realizar, Cristo lo cumple.
Aquéllos procuran estimular la obra curativa de la naturaleza; Cristo
sana. El médico procura conservar la vida; Cristo la da.
La fuente de curación
En sus milagros, el Salvador manifestaba el poder que actúa
siempre en favor del hombre, para sostenerle y sanarle. Por medio de
los agentes naturales, Dios obra día tras día, hora tras hora y en todo
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momento, para conservarnos la vida, fortalecernos y restaurarnos.
Cuando alguna parte del cuerpo sufre perjuicio, empieza el proceso
de curación; los agentes naturales actúan para restablecer la salud.
Pero lo que obra por medio de estos agentes es el poder de Dios.
Todo poder capaz de dar vida procede de él. Cuando alguien se
repone de una enfermedad, es Dios quien lo sana.
La enfermedad, el padecimiento y la muerte son obra de un poder
enemigo. Satanás es el que destruye; Dios el que restaura.
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