Capítulo 116—Hospitalidad religiosa
Seríamos mucho más felices y útiles si nuestra vida familiar
y nuestras relaciones sociales fueran regidas por la mansedumbre
y sencillez de Cristo. En vez de trabajar afanosamente para hacer
ostentación, para excitar la admiración o envidia de las visitas, debe-
ríamos esforzarnos por hacer felices a los que nos rodean mediante
nuestra alegría, simpatía y amor. Vean las visitas que tratamos de
conformarnos a la voluntad de Cristo. Vean en nosotros, aunque sea
humilde nuestra suerte, un espíritu de contentamiento y gratitud. La
atmósfera misma de un hogar verdaderamente cristiano es de paz y
descanso. Un ejemplo tal no quedará sin efecto [...].
No pasemos por alto nuestras obligaciones hacia Dios al es-
forzarnos por atender la comodidad y felicidad de los huéspedes.
Ninguna consideración debería hacernos desatender la hora de la
oración. No hablen ni se entretengan con otras cosas hasta el punto
de estar todos demasiado cansados para gozar de un momento de
devoción. Hacer esto es presentar a Dios una ofrenda imperfecta.
Deberíamos presentar nuestras súplicas, y elevar nuestras voces en
alabanza feliz y agradecida, a una hora temprana de la noche, cuando
podamos orar sin prisa e inteligentemente.
Vean todos los que visitan un hogar cristiano que la hora de
la oración es la más preciosa, la más sagrada y la más feliz del
día. Estos momentos de devoción ejercen una influencia refinadora,
elevadora, sobre todos los que participan de ellos. Producen un
descanso y una paz gratos al espíritu.—
The Review and Herald, 29
de noviembre de 1887
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