Página 341 - Mensajes para los J

Basic HTML Version

El valor de la recreación
337
insensata que caigan en lo absurdo. Podemos dirigirlas de modo tal
que beneficien y eleven a aquellos con quienes nos relacionamos,
y nos capaciten mejor, lo mismo que a ellos, para cumplir con más
éxito los deberes que nos corresponden como cristianos.
A la vista de Dios estamos sin excusa si participamos en diver-
siones que tienden a incapacitarnos para el desempeño fiel de los
[259]
deberes ordinarios de la vida y disminuyen así nuestro gusto por
la contemplación de Dios y de las cosas celestiales. La religión de
Cristo es de influencia animadora y elevadora. Está por encima de
todo lo que sean bromas y charlas vanas y frívolas. En todos nuestros
momentos de recreación debiéramos obtener, de la Fuente Divina de
fuerza, nuevo valor y poder para elevar con más éxito nuestra vida
hacia la pureza, la verdadera bondad y la santidad.
El amor a lo bello
El gran Dios es amante de lo hermoso. Nos ha dado evidencia
inconfundible de ello en la obra de sus manos. Plantó para nues-
tros primeros padres un hermoso jardín en Edén. La tierra produjo
toda clase de árboles majestuosos para utilidad y adorno. Fueron
formadas las hermosas flores, de raro encanto, de todos los tonos
y matices, y perfumaron el aire. Los alegres pájaros cantores, de
variado plumaje, entonaron sus cánticos de alabanza al Creador. Era
el propósito de Dios que el hombre hallara la felicidad atendiendo
las cosas que él había creado, y que satisficiera sus necesidades con
los frutos de los árboles del jardín.
Dios, que hizo encantador en gran manera el hogar de nuestros
primeros padres en el Edén, ha dado también para nuestra felicidad
los nobles árboles, las hermosas flores y todo lo bello de la naturale-
za. Nos ha dado estas muestras de su amor para que tengamos un
concepto acertado de su carácter.
Ha implantado en el corazón de sus hijos el amor por lo bello.
Pero muchos han pervertido este amor. Los beneficios y las bellezas
que Dios nos ha otorgado han sido adorados, mientras el glorioso
Dador ha sido olvidado. Esta es una necia ingratitud. Deberíamos
reconocer el amor de Dios hacia nosotros en todas sus obras creadas,
y nuestro corazón debería responder a estas evidencias de su amor
dándole sus mejores y más sagrados afectos.