Página 37 - Mensajes para los J

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Normas para alcanzar el éxito
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ancianos. Mediante ella, los voluntarios y obedientes son llevados a
salvo a la ciudad de Dios, a través de senderos oscuros e intrincados.
Hay jóvenes que únicamente tienen aptitudes comunes, y sin
embargo, mediante la educación y la disciplina, con maestros que
actúen de acuerdo con principios puros y elevados, pueden salir del
proceso de preparación aptos para ocupar algún puesto de confianza
al cual Dios los ha llamado. Pero hay jóvenes que fracasarán porque
no han resuelto vencer las inclinaciones naturales y no están dis-
puestos a prestar oídos a la voz de Dios registrada en su Palabra. No
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han levantado alrededor de su ser barricadas contra las tentaciones ni
han resuelto, contra todo riesgo, cumplir con su deber. Se asemejan
a aquel que, al emprender un viaje peligroso, rehúsa toda guía e
instrucción por las cuales pudiera evitar accidentes y ruina, y avanza
por un camino de destrucción segura.
La elección de mi destino
¡Ojalá comprenda cada uno que él es el árbitro de su propio
destino! En ustedes yace su felicidad para esta vida y para la vida
futura e inmortal. Si lo quieren, tendrán compañeros que, por su
influencia, restarán valor a sus pensamientos, sus palabras y sus
normas morales. Pueden dar rienda suelta a los apetitos y a las pasio-
nes, despreciar la autoridad, usar un lenguaje grosero y degradarse
hasta el más bajo nivel. La influencia de ustedes puede ser tal que
contamine a otros y sea la causa de la ruina de quienes podrían haber
sido traídos a Cristo. Pueden hacer apartar a otros de Cristo, de lo
recto, de la santidad y del cielo. En el juicio podrán los perdidos
señalarlos y decir: “Si no hubiera sido por su influencia, yo no habría
tropezado ni me habría burlado de la religión. Él tenía la luz, conocía
el camino al cielo. Yo era ignorante y fui con los ojos vendados por
el camino de la destrucción”. Oh, ¿qué respuesta podremos dar a tal
acusación? Cuán importante es que cada uno considere hacia dónde
conduce a las almas. Estamos a la vista del mundo eterno, y cuán
diligentemente debiéramos computar el costo de nuestra influencia.
No deberíamos excluir la eternidad de nuestra consideración, sino
acostumbrarnos a preguntar continuamente: “¿Agradará esta con-
ducta a Dios? ¿Cuál será la influencia de mi acción sobre la mente