Página 381 - Mensajes para los J

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Principios guiadores
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El hijo pródigo
La lección del hijo pródigo se ha dado para instrucción de la
juventud. En su vida de placer y prácticas pecaminosas, gasta su
porción de la herencia en costumbres disolutas. Lo abandonan los
amigos en un país extraño; viste harapos y está hambriento, anhelan-
do hasta el alimento que desechan los cerdos. Su última esperanza es
regresar, penitente y humillado, a la casa de su padre, quien lo atrae
nuevamente a su corazón, y es bien recibido y perdonado. Muchos
jóvenes están haciendo lo que él hizo, viviendo una vida indiferente,
dedicada al placer, al derroche, abandonando la fuente de agua viva,
la fuente del verdadero placer, y cavando para sí mismos cisternas
rotas que no pueden contener agua.
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La generosa invitación de Dios
Dios hace a cada joven la siguiente invitación: “Dame, hijo mío,
tu corazón
yo lo guardaré puro; satisfaré sus anhelos con verdadera
felicidad”. Dios se complace en hacer felices a los jóvenes, y por
eso quisiera que le entreguen el corazón a su cuidado para que sean
mantenidas en condición sana y vigorosa todas las facultades del ser
dadas por él. Ellos poseen el don de vida dado por Dios. Él hace latir
el corazón; él da fuerza a cada facultad. El gozo puro no degradará
ninguno de los dones de Dios. Pecamos contra nuestro cuerpo y
contra Dios cuando buscamos placeres que separan nuestros afectos
de Dios. Los jóvenes han de tener en cuenta que han sido colocados
en el mundo a prueba, para ver si tienen caracteres que los harán
aptos para vivir con los ángeles.
Cuando sus compañeros los insten a ir por sendas de vicio e in-
sensatez, y quienes los rodean los tientan a olvidar a Dios, a destruir
las aptitudes que Dios les ha confiado y a degradar todo lo que es
noble en su naturaleza, resístanlos. Recuerden que son propiedad
del Señor, comprados por precio: el sufrimiento y la agonía del Hijo
de Dios [...].
El Señor Jesús reclama su servicio. Él los ama. Si dudan de su
amor, miren al Calvario. La luz que refleja la cruz muestra la magni-
tud de ese amor que ninguna lengua puede expresar. “El que tiene
mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama”
Mediante