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Capítulo 148—El amor verdadero
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El amor es un precioso don que recibimos de Jesús. El afecto
puro y santo no es un sentimiento, sino un principio. Los que son
movidos por el amor verdadero no carecen de juicio ni son ciegos.
Enseñados por el Espíritu Santo, aman supremamente a Dios y a su
prójimo como a sí mismos.
Los que piensan en casarse deben pesar cada sentimiento y cada
manifestación del carácter de la persona con quien se proponen unir
su suerte. Cada paso dado hacia el matrimonio debe ser acompañado
de modestia, sencillez y sinceridad, así como del serio propósito de
agradar y honrar a Dios. El matrimonio afecta la vida ulterior en
este mundo y en el venidero. El cristiano sincero no hará planes que
Dios no pueda aprobar.
Pedir consejo
Si gozan de la bendición de tener padres temerosos de Dios,
consúltenlos. Comuníquenles sus esperanzas e intenciones, aprendan
las lecciones que la vida les enseñó y les ahorrarán no pocas penas.
Sobre todo, hagan de Cristo su consejero. Estudien su Palabra con
oración.
Contando con semejante dirección, la joven aceptará como com-
pañero de la vida tan solo a un hombre que posea rasgos de carácter
puros y viriles, que sea diligente y rebose de aspiraciones, que sea
honrado, ame a Dios y le tema. El joven buscará como compañera
que esté siempre a su lado a alguien que sea capaz de asumir su parte
de las responsabilidades de la vida, y cuya influencia lo ennoblezca,
le comunique mayor refinamiento y lo haga feliz en su amor.
“Una esposa prudente proviene de Dios”
“El corazón de su
esposo está en ella confiado [...]. Ella le da bien y no mal, todos los
días de su vida”
“Abre su boca con sabiduría, y su lengua enseña
con bondad. Considera los caminos de su casa, y no come el pan
de balde. Se levantan sus hijos y la llaman dichosa; y su esposo la
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