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Capítulo 30—Fe viviente
Muchos de los que buscan sinceramente la santidad de corazón
y la pureza de vida, parecen perplejos y desanimados. Están cons-
tantemente observándose y lamentando su falta de fe; y como no
tienen fe, creen que no pueden reclamar la bendición de Dios. Estas
personas confunden el sentimiento con la fe. Miran por encima de
la sencillez de la verdadera fe y así acarrean gran oscuridad a sus
almas. Deberían apartar la mente de sí mismos, espaciarse en la mi-
sericordia y la bondad de Dios y hacer un recuento de sus promesas,
y luego creer simplemente que él cumplirá su palabra.
No hemos de confiar en nuestra fe, sino en las promesas de Dios.
Cuando nos arrepentimos de nuestras pasadas transgresiones de su
ley y resolvemos obedecer en lo futuro, deberíamos creer que Dios
nos acepta por causa de Cristo, y perdona nuestros pecados.
Algunas veces sobrevendrán al alma la oscuridad y el desaliento,
y amenazarán abrumarnos; pero no deberíamos desechar nuestra
confianza. Debemos mantener la vista fija en Jesús, haya o no senti-
miento. Deberíamos tratar de cumplir fielmente cada deber conocido,
y descansar luego tranquilamente en las promesas de Dios.
No dependáis de los sentimientos
A veces, una profunda sensación de nuestra indignidad hará
estremecer de terror al alma, pero esto no es evidencia de que Dios
haya cambiado para con nosotros o nosotros para con Dios. No
se debería hacer ningún esfuerzo para ajustar la mente a cierta
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intensidad de emoción. No podemos sentir hoy la paz y el gozo
que sentíamos ayer; pero deberíamos asirnos por la fe de la mano de
Cristo y confiar en él tan plenamente en la oscuridad como en la luz.
Quizá Satanás susurre: “Eres demasiado pecador para que Cristo
te salve”. Al par de reconocer que sois ciertamente pecadores e
indignos, podéis hacer frente al tentador exclamando: “Por la virtud
de la expiación reclamo a Cristo mi Salvador. No confío en mis
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