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Capítulo 110—El hogar es una escuela
Los jóvenes no se debilitarán mentalmente ni perderán eficiencia
consagrándose al servicio de Dios. El temor del Señor es el principio
de la sabiduría. El niño más pequeño que ama y teme a Dios es mayor
a su vista que el hombre más instruido y talentoso que descuida la
gran salvación. Los jóvenes que consagran su corazón y vida a Dios
se han puesto, al hacerlo, en contacto con la Fuente de toda sabiduría
y excelencia.
Los deberes diarios
Si se enseñara a los niños a considerar la rutina humilde de los
deberes diarios como el proceder señalado para ellos por el Señor,
como una escuela en la cual han de educarse para prestar un servicio
fiel y eficiente, su trabajo les parecería mucho más agradable y
honroso. El desempeño de cada deber como si fuera para el Señor,
rodea de encanto a la tarea más humilde y liga a los obreros de la
tierra con los seres santos que hacen la voluntad de Dios en el cielo.
Y en el lugar que se nos ha asignado deberíamos desempeñar
nuestros deberes con tanta fidelidad como los ángeles en su esfera
más elevada. Los que tienen la impresión de que son siervos de Dios,
serán hombres en los cuales se pueda tener confianza en todas partes.
Los futuros ciudadanos del cielo serán los mejores ciudadanos de la
tierra. El concepto correcto de nuestro deber para con Dios conduce
a una percepción clara de nuestro deber para con el prójimo.
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La recompensa de la madre
Cuando empiece el juicio y los libros sean abiertos, cuando sea
pronunciado el “Bien hecho” del gran Juez, y colocada en la frente
del vencedor la corona de gloria inmortal, muchos levantarán sus
coronas a la vista del universo reunido y, señalando a sus madres,
dirán: “Ella hizo de mí todo lo que soy mediante la gracia de Dios.
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