Capítulo 136—La sociabilidad como medio de
salvar a otros
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El ejemplo de Cristo, al vincularse con los intereses de la hu-
manidad, debe ser seguido por todos los que predican su Palabra y
por todos los que han recibido el Evangelio de su gracia. No hemos
de renunciar a la comunión social. No debemos apartarnos de los
demás. A fin de alcanzar a todas las clases, debemos tratarlas donde
se encuentren. Rara vez nos buscarán por su propia iniciativa. No
sólo desde el púlpito han de ser los corazones humanos conmovi-
dos por la verdad divina. Hay otro campo de trabajo, más humilde
tal vez, pero tan plenamente promisorio. Se halla en el hogar de
los humildes y en la mansión de los encumbrados; junto a la mesa
hospitalaria, y en las reuniones de inocente placer social.
Como discípulos de Cristo, no nos mezclaremos con el mundo
simplemente por amor al placer, o para participar de sus locuras. Un
trato tal no puede sino traer perjuicios. Nunca debemos sancionar
el pecado por nuestras palabras o nuestros hechos, nuestro silencio
o nuestra presencia. Dondequiera que vayamos, debemos llevar
a Jesús con nosotros, y revelar a otros cuan precioso es nuestro
Salvador. Pero los que procuran conservar su religión ocultándola
entre paredes pierden preciosas oportunidades de hacer el bien.
Mediante las relaciones sociales, el cristianismo se pone en contacto
con el mundo. Todo aquel que ha recibido la iluminación divina,
debe alumbrar la senda de aquellos que no conocen la Luz de la
vida.
Todos debemos llegar a ser testigos de Jesús. El poder social,
santificado por la gracia de Cristo, debe ser aprovechado para ganar
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almas para el Salvador. Vea el mundo que no estamos egoístamente
absortos en nuestros propios intereses, sino que deseamos que otros
participen de nuestras bendiciones y privilegios. Dejémosle ver que
nuestra religión no nos hace faltos de simpatía ni exigentes. Sirvan
como Cristo sirvió, para beneficio de los hombres, todos aquellos
que profesan haberle hallado.
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