Página 131 - Maranata

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El cielo nos está esperando, 30 de abril
Como me envió el Padre, así también yo os envío.
Juan 20:21
.
De los apóstoles está escrito: “Ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con
las señales que la seguían”.
Marcos 16:20
. Así como Cristo envió a sus discípulos, envía hoy a los miembros de su iglesia. El
mismo poder que los apóstoles tuvieron es para ellos. Si desean hacer de Dios su fuerza, él obrará con ellos, y no trabajarán en vano.
Comprendan que la obra en la cual están empeñados es una sobre la cual el Señor ha puesto su sello. Dios dijo a Jeremías: “No
digas: Soy niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo, estoy
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para librarte”. Luego el Señor extendió su mano y tocó la boca de su siervo, diciendo: “He aquí he puesto mil palabras en tu boca”.
Jeremías 1:7-9
. Y nos envía a seguir anunciando las palabras que nos ha dado, sintiendo su toque santo sobre nuestros labios.
Cristo dio a la iglesia un encargo sagrado. Cada miembro debe ser un medio por el cual Dios pueda comunicar al mundo los
tesoros de su gracia, las inescrutables riquezas de Cristo. No hay nada que el Salvador desee tanto como la manifestación del amor
del Salvador por medio de los seres humanos. Todo el cielo está esperando a los hombres y las mujeres por medio de los cuales
pueda Dios revelar el poder del cristianismo.
La iglesia es la agencia de Dios para la proclamación de la verdad, facultada por él para hacer una obra especial; y si le es leal y
obediente a todos sus mandamientos, habitará en ella la excelencia de la gracia divina. Si manifiesta verdadera fidelidad, si honra al
Señor Dios de Israel, no habrá poder capaz de resistirle.
El celo por Dios y su causa indujo a los discípulos a ser testigos del evangelio con gran poder. ¿No debería semejante celo
encender en nuestros corazones la determinación de contar la historia del amor redentor, del Cristo crucificado? Es el privilegio de
cada cristiano, no solo esperar, sino apresurar la venida del Salvador.—
Los Hechos de los Apóstoles, 479, 480
.
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