Página 316 - Maranata

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La esperanza bienaventurada, 23 de octubre
Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.
Tito
2:13
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Jesús dijo que iría a preparar mansiones para nosotros, y que podríamos también estar donde él estuviere. Habitaremos siempre
con él y gozaremos de la luz de su precioso semblante. Mi corazón salta de gozo ante tan alentadora perspectiva. Estamos casi en el
hogar. ¡Cielo, dulce cielo! Es nuestro eterno hogar. Cada instante me regocijo de que Jesús viva, y porque él vive, nosotros también
viviremos. Dice mi alma: Alaba al Señor. En Jesús hay plenitud, hay provisión para cada uno, para todos, ¿por qué habríamos de
morir por falta de pan?...
Tengo hambre y sed de salvación, de una completa armonía con la voluntad de Dios. Tenemos una buena esperanza por medio de
Jesús. Es segura y firme y entra hasta dentro del velo. Nos da consuelo en la aflicción y gozo en medio de la angustia; dispersa la
lobreguez que nos rodea y nos permite contemplar a través de todo esto la inmortalidad y la vida eterna... Las riquezas terrenales
ya no nos atraen, porque tenemos esta esperanza que se eleva por encima de los tesoros de esta Tierra y se aferra de la herencia
inmortal, los tesoros que son durables, incorruptibles, incontaminados e inmarcesibles...
Nuestros cuerpos mortales pueden morir y ser depositados en la tumba. No obstante, la bendita esperanza vive hasta la
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resurrección, cuando la voz de Jesús llame a los que duermen en el polvo. Gozaremos entonces la plenitud de la bendita y gloriosa
esperanza. Sabemos en quién hemos creído. No hemos corrido ni trabajado en vano. Una rica y gloriosa recompensa nos espera; es
el premio por el cual corremos, y si perseveramos con valor, ciertamente lo obtendremos...
Hay salvación para nosotros, ¿por qué nos quedamos alejados de la fuente? ¿Por qué no vamos y bebemos para que nuestras
almas puedan refrescarse, vigorizarse y florecer para Dios? ¿Por qué nos aferramos tanto a la Tierra? Hay para nosotros algo mejor
que lo terrenal para pensar y hablar. Podemos encontrarnos en un estado de ánimo celestial. ¡Oh, espaciémonos en el carácter
amoroso e inmaculado de Jesús, y mediante la contemplación llegaremos a transformarnos a su imagen! Tengamos buen ánimo.
Tengamos fe en Dios.—
Carta 9, 1856
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