Página 75 - Maranata

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Cristo, el único salvador, 6 de marzo
El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención
por su sangre, el perdón de pecados.
Colosenses 1:13, 14
.
No importa quiénes seamos o cómo hayamos vivido, podremos ser salvos solamente de la manera establecida por Dios. Tenemos
que arrepentirnos, tenemos que caer indefensos sobre la Roca, que es Cristo Jesús. Tenemos que sentir la necesidad de un médico y
del único remedio que existe para el pecado, que es la sangre de Cristo. Este remedio puede conseguirse solamente por medio del
arrepentimiento para con Dios y fe en el Señor Jesucristo... La sangre de Cristo será de beneficio solo para aquellos que sientan la
necesidad de su poder purificador.
¡Qué amor y qué condescendencia inigualables se manifestaron al estar Cristo dispuesto a obrar nuestra redención, aun cuando no
teníamos derecho a su divina misericordia! No obstante, nuestro gran Médico requiere de toda alma una sumisión incondicional. En
ningún momento debemos recetarnos nuestro propio remedio. Cristo ha de tener en sus manos el control de la voluntad y la acción...
Nos podemos jactar de que nuestro carácter moral no ha estado errado y que no tenemos necesidad de humillarnos ante Dios
como un pecador común y corriente. Sin embargo, tenemos que conformarnos con entrar en la vida eterna tal como lo hace el
primero de los pecadores. Tenemos que renunciar a nuestra propia justicia y rogar para que la justicia de Cristo nos sea imputada.
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Para recibir fuerza, tenemos que depender enteramente de Cristo. El yo tiene que morir. Tenemos que reconocer que todo lo que
deseamos proviene de las sobreabundantes riquezas de la divina gracia. Que sea éste el lenguaje de vuestro corazón: “No a nosotros,
oh Señor, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, y en nombre de tu verdad”.
La fe genuina es seguida por el amor, y el amor por la obediencia. Todas las fuerzas y pasiones del hombre convertido son puestas
bajo el control de Cristo. Su Espíritu es un poder renovador que transforma a la imagen divina a todo aquel que lo recibe...
“El que es nacido de Dios no práctica el pecado”.
1 Juan 3:9
;
5:8
. Siente que ha sido comprado por la sangre de Cristo y que está
sujeto por los votos más solemnes a glorificar a Dios tanto en su cuerpo como en su espíritu, los cuales pertenecen a Dios. El amor al
pecado y el amor propio están en sujeción en su ser.—
Testimonies for the Church 5:202-204
.
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