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Testimonio a un director de coro susceptible
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de aceptar el reproche como una bendición, ha permitido que sus
sentimientos dominaran en lugar de su mejor juicio, y se ha sentido
desanimado y no ha querido hacer nada. Si no podía hacer todas
las cosas como deseaba, si no se hacía todo a su gusto, se negaba
totalmente a colaborar. No se dedicaba con fervor a la tarea de
reformar su manera de proceder, sino que se entregaba a sentimientos
de obstinación que lo separaban de los ángeles y hacían acudir a
los malos espíritus a su alrededor. La verdad de Dios, recibida en
el corazón, comienza su influencia refinadora y santificadora en el
modo de vivir.
El Hno. U creía que cantar era más o menos lo más grande
que puede hacerse en este mundo, y que él tenía una manera muy
excelente de hacerlo.
Sus cantos están muy lejos de agradar al coro angelical. Imagíne-
se a Ud. mismo en medio del grupo angélico elevando sus hombros,
destacando sus palabras, contorsionando su cuerpo y elevando su
voz hasta su máximo volumen. ¿Qué clase de concierto y de armonía
hay en una exhibición tal hecha delante de los ángeles?
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El poder de la música
La música es de origen divino. Hay gran poder en ella. Fue la
música de la hueste angelical la que emocionó el corazón de los
pastores en las llanuras de Belén y alcanzó el mundo entero. Es
mediante la música como nuestras alabanzas se elevan a aquel que
es la personificación de la pureza y la armonía. Es con música y
con cantos de victoria como los redimidos entrarán finalmente en la
recompensa eterna.
Hay algo particularmente sagrado en la voz humana. Su armonía
y su rasgo sentimental suave e inspirado por el Cielo excede todo
instrumento musical. La música vocal es uno de los dones que Dios
ha dado a los hombres, un instrumento que no puede ser igualado,
y menos aún superado, cuando el amor de Dios abunda en el alma.
El cantar con el espíritu y el entendimiento es, además, una gran
adición a los servicios de devoción en la casa de Dios.
¡Cómo ha sido prostituido este don! Santificado y refinado haría
un gran bien, quebrantando las barreras del prejuicio y la incre-
dulidad empedernida, y sería el medio de convertir almas. No es