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Notas biográficas de Elena G. de White
debía asistir a los congresos campestres del este, especialmente al
de Massachussetts.
Recibimos una carta del Hno. Haskell en la cual nos instaba a
ambos a asistir al congreso campestre; pero que si mi esposo no
podía venir, el deseaba que, de ser posible, fuera yo. Le leí la carta
a mi esposo, y después de unos pocos momentos de silencio, dijo:
“Elena, tú tendrás que asistir al congreso de Nueva Inglaterra”.
Al día siguiente Edith Donaldson y yo preparamos nuestros
baúles. A las dos de la madrugada, favorecidos por la luz de la luna,
comenzamos el viaje en carruaje, y a las seis y media abordamos
el tren en Black Hawk. El viaje fue todo menos agradable, pues el
calor era intenso.
Al llegar a Battle Creek supe que habían hecho arreglos para que
yo hablara el domingo de noche en la tienda gigantesca levantada en
los terrenos del Colegio. La carpa estaba llena y desbordante, y de
mi corazón surgieron fervientes llamamientos al pueblo.
Me detuve en Battle Creek sólo poco tiempo, y entonces, acom-
pañada por la Hna. Mary Smith Abbey y el pastor E. W. Farnsworth,
estaba otra vez de viaje rumbo al este.
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En la Asociación de Nueva Inglaterra
Cuando llegamos a Boston, los Hnos. Wood y Haskell nos fueron
a recibir, y nos acompañaron hasta Ballard Vale, el lugar de las
reuniones. Allí nos dieron la bienvenida nuestros antiguos amigos
con una cordialidad que nos produjo descanso. Se necesitaba hacer
mucho trabajo en esa reunión. Habían surgido nuevas iglesias desde
nuestro último congreso. Almas preciosas habían aceptado la verdad
y ellas necesitaban que alguien las llevara a un conocimiento más
profundo y más acabado de la piedad práctica.
En una ocasión hablé con respecto a la genuina santificación, que
no es otra cosa que una muerte cotidiana al yo y una conformidad
diaria con la voluntad de Dios. Mientras estaba en Oregon se me
había mostrado que algunas de las iglesias jóvenes en la Asociación
de Nueva Inglaterra estaban en peligro, debido a la agostadora in-
fluencia de lo que se llama santificación. Algunos se engañaban con
esta doctrina, mientras que otros, conociendo su influencia engañosa,
se daban cuenta de su peligro y le daban la espalda. La santifica-