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Capítulo 11—Haciendo frente al fanatismo
Al regresar a Portland, tropecé con pruebas notorias de los de-
soladores efectos del fanatismo. Algunos se figuraban que la religión
consiste en mucha excitación y ruido. Solían hablar de manera que
irritaba a los incrédulos y concitaba el odio contra las doctrinas que
enseñaban y contra ellos mismos. Entonces se regocijaban de verse
perseguidos. Los incrédulos no podían ver que semejante conducta
fuera consecuente. En algunos lugares se les impidió a los hermanos
celebrar sus reuniones. Los justos sufrían con los culpables.
Mi ánimo se apesadumbraba y entristecía gran parte del tiempo.
Parecía tan cruel que la causa de Cristo quedara perjudicada por la
conducta de aquellos hombres imprudentes que, no sólo perdían sus
propias almas, sino que echaban sobre la causa un estigma difícil de
borrar. Y Satanás lo veía con gusto. Le convenía que gentes profanas
manosearan la verdad; que ésta quedara mezclada con el error, y que
luego el todo fuese hollado en el polvo. Miraba con aire de triunfo
el estado confuso y disperso de los hijos de Dios.
Temblábamos por las iglesias que iban a caer bajo el yugo de
este espíritu de fanatismo. Mi corazón se dolía por el pueblo de
Dios. ¿Había de engañarlo y extraviarlo aquel falso entusiasmo? Yo
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comuniqué fielmente las advertencias que me había dado el Señor;
pero poco efecto produjeron, fuera de concitar contra mí los celos
de aquellos extremistas.
Falsa humildad
Había algunos que profesaban profunda humildad, y abogaban
por la práctica de arrastrarse por el suelo como los chiquillos en
prueba de su humildad. Aseveraban que las palabras de Cristo en
(
Mateo 18:1-6
) debían tener cumplimiento literal en esta época en
que esperaban el regreso de su Salvador. Acostumbraban arrastrarse
alrededor de sus casas, en las calles, en los puentes y hasta en la
misma iglesia.
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