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El predicador y el trabajo manual
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ciados que la habilidad en las artes comunes es un don de Dios, quien
provee tanto el don como la sabiduría para usarlos correctamente.
Enseñaba que aun en el trabajo de cada día, ha de honrarse a Dios.
Sus manos encallecidas por el trabajo no menoscababan en nada la
fuerza de sus patéticos llamamientos como ministro cristiano.
Si los ministros sienten que están sufriendo durezas y privaciones
en la causa de Cristo, visiten con la imaginación el taller donde Pablo
trabajaba. Recuerden que mientras este hombre escogido por Dios
confeccionaba las carpas, trabajaba por el pan que ya había ganado
con justicia por sus labores como apóstol.
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El trabajo es una bendición, no una maldición. Un espíritu de
indolencia destruye la piedad y entristece al Espíritu de Dios. Un
charco estancado es repulsivo, pero la corriente de agua pura esparce
salud y alegría sobre la tierra. Pablo sabía que aquellos que descuidan
el trabajo físico se debilitan rápidamente. Deseaba enseñar a los
ministros jóvenes que, trabajando con sus manos y poniendo en
ejercicio sus músculos y tendones, se fortalecerían para soportar las
faenas y privaciones que los aguardaban en el campo evangélico. Y
comprendía que en sus propias enseñanzas faltaría la vitalidad y la
fuerza si no mantenía todas las partes de su organismo debidamente
ejercitadas....
No todos los que sienten que han sido llamados a predicar, debe-
rían ser animados a depender inmediatamente ellos y sus familias
de la iglesia para su continuo sostén financiero. Hay peligro de
que algunos, de experiencia limitada, sean echados a perder por la
adulación y por el imprudente aliento a esperar pleno sostén, inde-
pendiente de todo serio esfuerzo de su parte. Los medios dedicados a
la extensión de la obra de Dios no deberían ser consumidos por hom-
bres que desean predicar solamente para recibir sostén, y satisfacer
así la egoísta ambición de una vida fácil.
Los jóvenes que desean ejercer sus dones en la obra del ministe-
rio, hallarán una lección útil en el ejemplo de Pablo en Tesalónica,
Corinto, Efeso y otros lugares. Aunque era un elocuente orador y
había sido escogido por Dios para hacer una obra especial, nunca
desdeñó el trabajo, y nunca se cansó de sacrificarse por la causa que
amaba. “Hasta esta hora—escribió a los corintios,—hambreamos
y tenemos sed, y estamos desnudos, y somos heridos de golpes, y
andamos vagabundos; y trabajamos obrando con nuestras manos;
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