Página 303 - Obreros Evang

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Dios no hace acepción de personas
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No hay, en la vida de Cristo, ejemplo de este fanatismo de justi-
cia propia; su carácter era amable y bondadoso. No hay en la tierra
orden monástica de la cual no se lo habría excluido por violar los
reglamentos prescritos. En toda denominación religiosa, y en casi
toda iglesia, se pueden encontrar maniáticos que lo habrían censura-
do por sus liberales mercedes. Lo habrían criticado por comer con
los publicanos y pecadores; lo habrían acusado de conformarse con
el mundo al asistir a una boda, y lo habrían inculpado despiadada-
mente por permitir a sus amigos dar una cena en honor suyo y de
los discípulos.
Pero en estas mismas ocasiones, por sus enseñanzas, como por
su conducta generosa, estaba entronizándose en los corazones de
aquellos a quienes honraba con su presencia. Les estaba dando una
oportunidad de conocerlo, y de ver el notable contraste que había
entre su vida y enseñanza y las de los fariseos.
Aquellos a quienes Dios ha confiado su verdad, deben poseer
el mismo espíritu benéfico que manifestó Cristo. Deben adoptar
los mismos amplios planes de acción. Deben demostrar un espíritu
bondadoso y generoso hacia los pobres, y en un sentido especial
sentir que son mayordomos de Dios. Deben considerar todo lo que
poseen—propiedades, facultades mentales, fuerza espiritual—no co-
mo suyo propio, sino únicamente como algo que les ha sido prestado
para promover la causa de Cristo en la tierra. Como Cristo, no deben
rehuir la sociedad de sus semejantes, sino que deben buscarla con el
propósito de otorgar a otros los beneficios que han recibido de Dios.
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No seáis exclusivistas. No busquéis a unos pocos con quienes
os deleite asociaros, para dejar a los demás que se las arreglen.
Supongamos que notáis debilidad en uno e insensatez en otro; no
os mantengáis apartados de ellos, para asociaros únicamente con
aquellos a quienes creéis casi perfectos.
Las mismas almas que despreciáis necesitan vuestro amor y
simpatía. No dejéis a un alma débil luchar sola, en la contienda con
las pasiones de su propio corazón, sin vuestra ayuda y oraciones,
sino que consideraos a vosotros mismos, porque no seáis también
tentados. Si hacéis esto, Dios no os abandonará a vuestras propias
debilidades. Puede ser que a su vista tengáis pecados peores que los
de aquellos a quienes condenáis. No os apartéis de ellos para decir:
“Soy más santo que tú.”