Prefacio
Las Escrituras nos aconsejan “orad sin cesar”. Esto no significa
que hemos de pasar todo el día de rodillas en oración formal. Sí
significa que debemos vivir y servir a nuestro Señor en la atmósfera
de la oración.
La oración es el canal de comunicación entre nosotros y Dios.
Dios nos habla por medio de su Palabra, nosotros le respondemos
por medio de la oración, y él siempre nos escucha. No podemos
cansarlo o abrumarlo con las palabras de nuestro corazón.
Vivimos en tiempos difíciles. Los acontecimientos que ocurren
a nuestro alrededor exigen que cada seguidor de Cristo mantenga
fervientemente su relación con Dios. Para fortalecer esta relación y
satisfacer nuestras necesidades emocionales y espirituales, debemos
aprender el poder de la oración. Como los discípulos de antaño,
debemos rogarle al Señor: “Enséñanos a orar”.
Somos reconfortados al saber que Dios está dispuesto y listo
para escuchar y responder nuestras sinceras plegarias sin importar
las circunstancias. Él es un Padre amante que se interesa cuando las
cosas van bien y cuando las vicisitudes de la vida nos propinan los
golpes más devastadores. Cuando el clamor de nuestro corazón es
“¿dónde estás, Dios?”, él se encuentra a la distancia de una oración.
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Alguien ha dicho que se logran más cosas por la oración que lo
que el mundo se imagina. Esto se aplica especialmente a la iglesia.
“La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un
reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo
debiera ser nuestra primera obra”.
Eventos de los Últimos Días, 193
.
Dios nos da “en respuesta a la oración... lo que no nos daría si no se
lo pidiésemos así”.—
El Conflicto de los Siglos, 580
. Reconocemos
que necesitamos el derramamiento del Espíritu Santo. Pero esto
sólo puede cumplirse cuando oramos individual y colectivamente.
Cuando el pueblo de Dios ora de un modo ferviente y sincero, Dios
responde. Sucederán grandes cosas entre el pueblo de Dios, y el
I V