Página 563 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Las escuelas de los profetas
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Las conversaciones triviales y el mero sentimentalismo pasan por
enseñanza en el campo de la moral y de la religión. La justicia y
la misericordia de Dios, la belleza de la santidad y la recompensa
segura por el bien hacer, el carácter odioso del pecado y la certidum-
bre de sus terribles consecuencias, no se recalcan en la mente de los
jóvenes. Las amistades perversas están instruyendo a la juventud en
los caminos del crimen, de la disipación y del libertinaje.
¿No podrían los educadores actuales aprender de las antiguas
escuelas hebreas algunas lecciones provechosas? El que creó al
hombre proveyó para el desarrollo de su cuerpo, alma y mente.
Por consiguiente, el verdadero éxito en la educación depende de la
fidelidad con la cual el hombre lleva a cabo el plan del Creador.
El verdadero propósito de la educación es restaurar la imagen de
Dios en el alma. En el principio, Dios creó al hombre a su propia
semejanza. Lo dotó de cualidades nobles. Su mente era equilibrada,
y todas las facultades de su ser eran armoniosas. Pero la caída y sus
resultados pervirtieron estos dones. El pecado echó a perder y casi
hizo desaparecer la imagen de Dios en el hombre. Restaurarla es el
objeto con que se concibió el plan de la salvación y se le concedió un
tiempo de gracia al hombre. Hacerlo volver a la perfección original
en la que fue creado, es el gran objeto de la vida, el objeto en
que estriba todo lo demás. Es obra de los padres y maestros, en
la educación de la juventud, cooperar con el propósito divino; y al
hacerlo son “coadjutores [...] de Dios”.
1 Corintios 3:9
.
Todas las distintas capacidades que el hombre posee -de la mente,
del alma y del cuerpo- le fueron dadas por Dios para que las dedique
a alcanzar el más alto grado de excelencia posible. Pero esta cultura
no puede ser egoísta ni exclusiva; porque el carácter de Dios, cuya
semejanza hemos de recibir, es benevolencia y amor. Toda facultad
y todo atributo con que el Creador nos haya dotado deben emplearse
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para su gloria y para el ennoblecimiento de nuestros semejantes. Y
en este empleo se halla la ocupación más pura, más noble y más
feliz.
Si se concediera a este principio la atención que merece por
su importancia, se efectuaría un cambio radical en algunos de los
métodos corrientes de enseñanza. En vez de despertar el orgullo, la
ambición egoísta y un espíritu de rivalidad, los maestros procurarían
evocar un sentimiento de amor a la bondad, a la verdad y a la belleza;