Página 590 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
pasaba por el bosque. Saúl lo supo por la noche. Había declarado
que la violación de su edicto sería castigada con la muerte. Aunque
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Jonatán no se había hecho culpable de un pecado voluntario, a pesar
de que Dios le había preservado la vida milagrosamente y había
obrado la liberación por medio de él, el rey declaró que la sentencia
debía ejecutarse. Perdonar la vida a su hijo habría sido de parte de
Saúl reconocer tácitamente que había pecado al hacer un voto tan
temerario. Habría humillado su orgullo personal. “¡Vive Jehová!,
que ha salvado a Israel, que aunque se trate de mi hijo Jonatán, de
seguro morirá”.
1 Samuel 14:39
.
Saúl no podía atribuirse el honor de la victoria, pero esperaba ser
honrado por su celo en mantener la santidad de su juramento. Aun
a costa del sacrificio de su hijo, quería grabar en la mente de sus
súbditos el hecho de que la autoridad real debía mantenerse. Hacía
poco que, en Gilgal, Saúl había pretendido oficiar como sacerdote,
contrariando el mandamiento de Dios. Cuando Samuel lo reprendió,
se obstinó en justificarse. Ahora que se había desobedecido a su
propio mandato, a pesar de que era un desacierto y había sido violado
por ignorancia, el rey y padre sentenció a muerte su propio hijo.
El pueblo se negó a permitir que la sentencia sea ejecutada.
Desafiando la ira del rey, declaró: “¿Ha de morir Jonatán, el que ha
logrado esta gran victoria en Israel? ¡No será así! ¡Vive Jehová! que
no caerá en tierra ni un cabello de su cabeza, pues lo hizo con ayuda
de Dios”. El orgulloso monarca no se atrevió a menospreciar este
veredicto unánime, y así se salvó la vida de Jonatán.
Saúl no pudo menos de reconocer que su hijo lo era preferido
tanto por el pueblo como por el Señor. La salvación de Jonatán
constituyó un reproche severo para la temeridad del rey. Presintió que
sus maldiciones recaerían sobre su propia cabeza. No prosiguió ya la
guerra contra los filisteos, sino que regresó a su pueblo, melancólico
y descontento.
Los que están más dispuestos a excusarse o justificarse en el
pecado son a menudo los más severos para juzgar y condenar a
los demás. Muchos, como Saúl, atraen sobre ellos el desagrado de
Dios, pero rechazan los consejos y menosprecian las reprensiones.
Aun cuando están convencidos de que el Señor no está con ellos,
se niegan a ver en sí mismos la causa de su dificultad. Albergan
un espíritu orgulloso y jactancioso, mientras se entregan a juzgar y