Página 617 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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David fugitivo
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El rey vigilaba estrictamente a David, con la esperanza de des-
cubrir alguna muestra de temeridad e indiscreción que sirviera de
excusa para hacerlo caer en desgracia. Le parecía imposible quedar-
se satisfecho mientras no pudiera quitar la vida al joven en forma
tal que permitiera justificar ante la nación su acto inicuo. Puso una
trampa para los pies de David al incitarlo a que guerreara con mayor
vigor contra los filisteos, con la promesa de recompensar su valor
dándole la mano de su hija mayor (Merab). La contestación de David
a esta propuesta fue: “¿Quién soy yo, o qué es mi vida, o la familia
de mi padre en Israel, para ser yerno del rey?” El monarca demostró
su falta de sinceridad casando a la princesa con otro.
El hecho de que Mical, hija menor de Saúl, amara a David le
suministró al rey otra ocasión para maquinar contra su rival. La
mano de Mical le fue ofrecida al joven, a condición de que diera
pruebas de haber derrotado y matado a un número determinado de
los enemigos de la nación. “Saúl pensaba echar a David en manos de
los filisteos”; pero Dios protegió a su siervo. David regresó vencedor
de la batalla, para ser hecho yerno del rey.
“Mas Mical la otra hija de Saúl amaba a David”, y el monarca vio
con enojo que sus maquinaciones habían resultado en la elevación
de aquel a quien trataba de destruir. Más que nunca se sintió seguro
de que era el hombre que el Señor había declarado mejor que él, y
que reinaría en el trono de Israel en su lugar.
Quitándose la máscara, ordenó a Jonatán y a todos los oficiales
de la corte que mataran al objeto de su odio. Jonatán reveló a David
la intención del rey, y le pidió que se escondiera mientras él rogaba
a su padre que le perdonara la vida al libertador de Israel. Jonatán
expuso al rey lo que David había hecho para preservar el honor y
aún la vida de la nación, y cuán terrible sería la culpa del asesino de
aquel a quien Dios había usado como instrumento para dispersar a
sus enemigos. La conciencia del rey se conmovió, y se le ablandó el
corazón. “Escuchó Saúl la voz de Jonatán, juró: ¡Vive Jehová! no
morirá”. Se trajo a David a la presencia de Saúl, y siguió sirviéndole,
como lo había hecho en el pasado.
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Nuevamente se declaró la guerra entre los israelitas y los filisteos,
y David dirigió al ejército contra el enemigo. Los hebreos obtuvieron
una gran victoria, y la población del reino alabó la sabiduría y el
heroísmo de David. Esto sirvió para despertar la antigua amargura