La caída de Jericó
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desprecio de los mundanos y desmienten la profesión cristiana; y sin
embargo, el codicioso continúa amontonando tesoros. “¿Robará el
hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado” (
Malaquías 3:8
),
dice el Señor.
El pecado de Acán atrajo el desastre sobre toda la nación. Por
el pecado de un hombre, el desagrado de Dios descansará sobre
toda su iglesia hasta que la transgresión sea buscada, descubierta
y eliminada. La influencia que más ha de temer la iglesia no es la
de aquellos que se le oponen abiertamente, ni la de los incrédulos y
blasfemadores, sino la de los cristianos profesos e inconsecuentes.
Estos son los que impiden que bajen las bendiciones del Dios de
Israel y acarrean debilidad entre su pueblo.
Cuando la iglesia se encuentra en dificultades, cuando existen
frialdad y decadencia espiritual, y se da lugar a que triunfen los
enemigos de Dios, traten entonces sus miembros de averiguar si hay
o no un Acán en el campamento, en vez de cruzarse de brazos y
lamentarse de su triste situación. Con humillación y con escudriña-
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miento de corazón, procure cada uno descubrir los pecados ocultos
que vedan la presencia de Dios.
Acán reconoció su culpabilidad, pero lo hizo cuando ya era
muy tarde para que su confesión le beneficiara. Había visto los
ejércitos de Israel regresar de Hai derrotados y desalentados; pero
no se había adelantado a confesar su pecado. Había visto a Josué y a
los ancianos de Israel postrarse en tierra con indecible congoja. Si
hubiera hecho su confesión entonces, habría dado cierta prueba de
verdadero arrepentimiento; pero siguió guardando silencio. Había
escuchado la proclamación de que se había cometido un gran delito,
y hasta había oído definir claramente su carácter. Pero sus labios
quedaron sellados. Luego se realizó la solemne investigación. ¡Cómo
se estremeció de terror su alma cuando vió que se señalaba a su tribu,
luego su familia y finalmente su casa! Pero ni aun entonces dejó
oír su confesión, hasta que el dedo de Dios le tocó, por así decirlo.
Entonces, cuando su pecado ya no pudo ocultarse, reconoció la
verdad. ¡Cuán a menudo se hacen semejantes confesiones! Hay
una enorme diferencia entre admitir los hechos una vez probados, y
confesar los pecados que sólo nosotros y Dios conocemos. Acán no
hubiera confesado su pecado si con ello no hubiera esperado evitar
las consecuencias.